Obras completas (Buenos Aires, Americalee, 1943, pp. 535-6).
Nota escrita por Rafael Barrett poco antes de morir, y escrita poco
después del entierro en verdad multitudinario del autor de resurrección,
un entierro encabezado por campesinos, y en el que no hubo sacerdotes, y
si asistió alguna autoridad, tuvo que ser entre la muchedumbre.
“En
1879, a los cincuenta y un años de edad, el conde León Tolstói es
famoso dentro y fuera de Rusia. Sus libros se traducen a todos los
idiomas. Su esposa y sus hijos le adoran y sus mujiks le veneran. Sus
costumbres sencillas, el aire libre de los campos, le han hecho sano y
recio como un roble. Salud, renombre, riqueza, hogar, supremacía
social... ¿qué le falta? ¡Le falta todo, todo! Le falta la paz interior,
y si pudiese vivir sin ella, no sería Tolstói lo que es, lo que va a
ser. ¿Cuál es el sentido de la vida? Y si la vida no tiene sentido, si
el universo es una máquina ciega, desbocada al azar, ¿para qué vivir? La
idea del suicidio se apodera de este vencedor, colmado por la fortuna;
sus amores son ahora la escopeta de caza, la cuerda en el granero, el
remanso donde anida la muerte. ¡Congoja última, parto del hombre nuevo!
El santo aparece. Tolstói se ha encontrado a sí mismo, al encontrar a
Dios. Dios es «lo que hace vivir». [...]
En Tolstói, el
ascetismo estético se confunde con el ascetismo moral, el poeta con el
profeta. Es el anarquista absoluto. La tierra para todos, mediante el
amor; no resistir al mal; abolir la violencia; he aquí un sistema
contrario a toda sociedad, a toda asociación, [...] porque toda ley,
todo reglamento, toda forma permanente del derecho --derecho del burgués
o derecho del proletario--, se funda en la violencia. ¡Y decir esto en
Rusia! El Santo Sínodo excomulga a Tolstoi, sus libros son secuestrados,
sus editores deportados. Es el revolucionario y el hereje sumo.
Es
el enemigo del Estado, de la Iglesia y de la Propiedad, puesto que ama a
su prójimo. El que ama, no quiere inspirar terror, sino amor. Y ¿cómo,
si renunciáis a mantener el terror en los corazones de los débiles,
seguiréis siendo Jefes, Dueños, Sacerdotes? [...]
Y,
sin embargo, Tolstoi era un prisionero, un perseguido: prisionero de su
gloria, perseguido por la ternura de los suyos. El escrúpulo de ajustar
su conducta a sus doctrinas, le atormentaba constantemente. En lo que le
fue posible, se despojó de sus propiedades, de sus derechos de autor.
Se vistió con los vestidos del pueblo; se alimentó como los pobres, de
un puñado de legumbres; se sirvió a sí propio, se hizo sus zapatos y
sudó sobre el surco. Pero su conciencia pedía más, y sus discípulos
también. ¿Por qué los cuidados de su familia, los halagos de los amigos y
de los admiradores? ¿Por qué preferir los hijos de su carne, él, padre
de tantos hijos del dolor? Había que cumplir el supremo sacrificio, y el
10 de noviembre, de madrugada, en secreto, como un malhechor, el gran
anciano se escapa de su casa. ¿A dónde? A la muerte. Para subir más
alto, le era ya forzoso abandonar la tierra”.
Del articulo ¿Era Tolstói anarquista?
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