Rudolf Rocker: El socialismo como anti-absolutismo - Por Ángel J. Cappelletti
Rudolf Rocker, una de las figuras más activas del anarcosindicalismo alemán en la primera mitad de nuestro siglo, fue también un brillante escritor y pensador. Muy pocas veces se ha logrado un análisis tan serio y profundo de la ideología y la actitud nacionalistas como el que él llevó a cabo en su gran obra Nacionalismo y cultura.
Nacido en Maguncia en 1873, huérfano desde muy niño, internado en un
asilo y sometido luego al duro aprendizaje de un oficio manual, obtuvo
muy poco de sus maestros y casi puede afirmarse que no recibió educación
formal alguna. Grumete, zapatero, hojalatero, sastre, tonelero,
talabartero, carpintero, recaló, al fin, en un pequeño taller de
encuadernación donde comenzó a almacenar ávidamente en su cerebro los
libros que sus manos aparejaban para otros.
El primer contacto con el socialismo lo hizo, como casi todos los
proletarios alemanes de su época, a través de las ideas y organizaciones
marxistas. Conoció en su incipiente militancia a algunos de los
principales jefes de la socialdemocracia: August Bebel y Wilhelm
Liebknecht. Del primero dice en La juventud de un rebelde, que
«no sólo era un orador brillante, sino que era también un orador nato,
pues había en él aquel cierto algo que no se puede enseñar ni aprender»;
del segundo, que también «era un orador hábil y experimentado».
Sin embargo, no deja de advertir que cuando Liebknecht hablaba «lo hacía
siempre con una seguridad de juicio que excluía toda contradicción» y
que «era ante todo hombre de partido y casi sólo hombre de partido». Su
impresión personal de Bebel es mejor, ya que lo considera «amable y
atento para todos», pero tampoco pasa por alto la dualidad que en él
encuentra entre el revolucionario de mítines y asambleas y el moderado
reformista del Reichstag.
Pero, como dice Diego Abad de santillán, «tuvo la suerte de entrar
pronto en relación con el movimiento berlinés de oposición al dogmatismo
y a la rigidez de los jerarcas socialdemócrátas, que tenían por
divinidad suprema a Marx y por único profeta a Engels». Una de las cosas
que los opositores de la socialdemocracia reprocharon por entonces a
los jefes del partido y a los miembros de su fracción parlamentaria fue
que hubiesen impedido «por propia decisión la fiesta del Primero de Mayo
en Alemania», según dice el propio Rocker en La juventud de un rebelde.

Hacia aquellos días conoció también los escritos de Bakunin y la
actividad revolucionaria de Johann Most y se relacionó con los jóvenes
heterodoxos del socialismo berlinés, entre los cuales se encontraba
Bruno Wille, el futuro autor de Die Religion der Fraude (1898) y Gemeinschaftsgeist und personlichkeit (1902); y Gustav Landauer, el más profundo de los pensadores libertarios alemanes.
En 1893 sus actividades socialistas —ya claramente orientadas hacia el
anarquismo— se hicieron muy peligrosas para él, y se vio obligado a
emigrar a Francia, donde participó en las luchas del movimiento obrero,
conoció al sabio geógrafo Reclus y a otras figuras sobresalientes del
mundo socialista. Pero, obligado nuevamente por la reacción, tuvo que
emigrar por segunda vez y en 1895 se encontraba ya en Inglaterra. Allí
permaneció hasta fines de la Primera Guerra Mundial.
En el segundo tomo de su autobiografía, titulado significativamente En la borrasca,
narra con admirable vivacidad y equilibrada mesura, aquellas dos
décadas de vida dedicadas íntegramente a la propaganda, a la acción
sindical, a la educación de la clase obrera. Si alguna vez tuvo sentido
hablar de «realismo socialista» (un realismo impregnado por cierto del
más vivo idealismo), es en el caso de estas «Memorias» del gran
sindicalista alemán.
«Se admira uno de la resistencia física de Rocker para sobrellevar la
tarea intensa de esos veinte años sin desfallecer, sin perder la fe en
sí mismo y en la humanidad. El vigor de su juventud y el ansia de saber y
de enseñar lo que sabía le hicieron superar los escollos del camino
espinoso. Su repugnancia instintiva contra todo autoritarismo, contra
todo dogmatismo, le salvó del naufragio y de toda tentación bastarda.
Era ya un hombre libre, un verdadero amante de la libertad en el campo
social, religioso, político, racial», dice Diego Abad de Santillán.
En Londres se vinculó primero con los exiliados socialistas alemanes y con el Kommunistische Arbeiter-Bildungs-Verein,
que tenía su sede en el Grafton Hall, donde se le confió el
ordenamiento de la vieja biblioteca, rica en valiosos documentos para la
historia del socialismo y del movimiento obrero. Allí conoció a Louise
Michel, a Errico Malatesta y a Pietro Gori. De la primera dice que
«poseía el carácter de un apóstol, tan hondamente persuadido de la
justicia de su causa, que no pudo adaptarse a las menores concesiones a
la injusticia». Sobre el segundo escribe: «Me lo había imaginado siempre
un hombre de talla gigantesca, como Bakunin. Mi sorpresa no fue pequeña
cuando vi ante mí a un hombre bajo, algo flaco, cuya apariencia física
no correspondía de ningún modo a mis presentimientos. Sin embargo, aun
cuando Malatesta no era el gigante que había creado mi imaginación, su
rostro de finos contornos, expresivo, causó una profunda impresión en
mí. La soberbia cabeza con el negro cabello frondoso y los ojos vivos,
chispeantes, de los que irradiaba tanta bondad de corazón como energía
indomable, hacía que fuese inolvidable para el que le ha visto una vez.
El rostro pálido, cuya expresión varonil era realzada más aún por la
corta y tupida barba, mostraba decisión tranquila y una rica vida
espiritual interior. Se sentía a la primera mirada la energía secreta de
una personalidad de gran aliento, que no se perdía nunca en cuestiones
accesorias y tenía siempre en vista un gran objetivo». De Pietro Gori
dice que «era, sin duda, uno de los oradores más poderosos que ha
producido Italia» y que «su fino talento poético le permitía formar
imágenes de belleza perfecta, que daban a sus manifestaciones ingeniosas
un encanto irresistible y que se grababan profundamente en el alma».

En los primeros tiempos de su vida londinense, se dedicó Rocker a
conocer también la gigantesca y oscura ciudad, y en especial sus enormes
«ghettos» de miseria («el estrecho hormiguero callejero entre Hackney y
Bethnal Green, Shoreditch y Whitechapel, los lugares de la más profunda
pobreza en torno a Limehouse y a Shadwell, la zona desconsolada que se
agrupa en torno a las instalaciones portuarias de Londres y, al otro
lado del Támesis, los distritos lóbregos de Lambeth, Deptford, etc.»).
Adecuado prolegómeno a sus años de lucha en pro de las clases
desposeídas es el espectáculo de la profunda miseria en la metrópoli
imperial: «Había entonces en Londres muchos millares de seres que nunca
habían dormido en una cama y que se acurrucaban por la noche en algún
rincón sucio donde la policía no podía estorbarles. He visto con mis
propios ojos millares de seres humanos que apenas podían ser juzgados
tales y que no eran capaces de un trabajo ordenado cualquiera. Seres
increíblemente andrajosos, cubiertos de harapos sucios que no ocultaban
ninguna desnudez, seres humanos llenos de piojos, de suciedad, víctimas
del hambre eterna, que revolvían codiciosamente los desperdicios
semipodridos que quedaban después del cierre de los mercados para
obtener un bocado. He recorrido callejas y callejuelas sucias, con las
fachadas de las casas semiderruidas, tan tristes y tétricas que ninguna
pluma sería capaz de trazar un cuadro exacto del espanto gris que hacía
en ella sus círculos tenebrosos. Y en esos infiernos de la pobreza y de
la pálida penuria nacían niños, vivían seres humanos consumidos por las
privaciones, quebrantados antes de tiempo por la tortura infinita y
eludidos por todos los otros estratos de la sociedad como una horda de
leprosos y de marcados por el destino». Durante estas excursiones por el
Londres tenebroso se puso en contacto con los obreros judíos de la
parte oriental, predominantemente anarquistas, con quienes había de
colaborar luego durante largos años.
Cuando en julio de 1896 se reunió en Londres el Congreso Obrero
Socialista Internacional (del cual fueron excluidos por cierto los
anarquistas), tuvo Rocker ocasión de conocer personalmente a Kropotkin y
Landauer, dos de los pensadores que más influyeron en su vida militante
y en su obra. También conoció en aquella oportunidad al Dr. Max
Nettlau, especialista en dialectología céltica y en historia del
anarquismo, a quien había de consagrar más tarde un volumen biográfico.
En el seno del movimiento obrero judío y del grupo Arbeiterfreund
encontró Rocker a la que había de ser su compañera de toda la vida,
Milly Witkop, inmigrante ucraniana y activa militante anarquista.

Sin conocer casi nada de yídish se convirtió pronto en redactor principal del periódico de los obreros libertarios judíos, el Arbeiterfreund,
temporalmente suspendido, pero que contaba ya con doce años de
antigüedad. Desde octubre de 1898 hasta el estallido de la Primera
Guerra Mundial, hizo conocer a dicho órgano y, con él, a toda la prensa
obrera anarquista de Inglaterra, su más brillante, combativo y
fructífero período.
En un momento económicamente difícil, el periódico fue sustituido por el quincenario Germinal,
subtitulado «Órgano de la concepción anarquista del mundo». Acerca de
la posición ideológica allí defendida, dice el propio Rocker: «Aunque
estaba muy próximo a las ideas de Kropotkin, ya entonces era para mí
bastante claro que las adjetivaciones usuales, mutualista, colectivista o
comunista, sólo tenían una significación subordinada. Lo que importaba
ante todo era educar a los hombres para la libertad y alentarles a la
creación y al pensamiento propios. Todas las hipótesis económicas para
el futuro, que tenían que ser probadas primero por experiencias
prácticas, eran buenas mientras aseguraran al hombre el producto de su
trabajo y tuviesen en vista una transformación social de la vida, en la
que se ofreciese al individuo la posibilidad de desarrollar libremente
sus aptitudes naturales, sin ser influidos por disposiciones rígidas y
dogmas vacíos. Mi más íntima convicción me decía que el anarquismo no
puede ser interpretado como un sistema cerrado ni como una solución para
el milenio venidero, que tiene la libertad como condición previa en
todos los dominios de la acción y del pensamiento humanos y justamente
por eso no puede estar ligado a directivas rígidas e inalterables. Por
esta razón sus aspiraciones son ilimitadas y no pueden ser encerradas en
un programa determinado ni ser prescriptas como reglas fijas del
porvenir». De la revista Germinal se seleccionaron luego los
ensayos que aparecieron más tarde en Buenos Aires, traducidos al español
por Salomón Resnick, con el título de Artistas y rebeldes (1922).
Al sobrevenir en el movimiento obrero judío una grave crisis, originada
de una parte por la desocupación y la emigración forzosa; de otra, por
la escisión del grupo Freiheit, Rocker se trasladó a Leeds, donde con la cálida ayuda del grupo local continuó publicando Germinal.
Su actividad como propagandista, como orador, y como organizador se
extendió de los grupos judíos (donde siempre estuvo, sin embargo,
centrada) a otros círculos, ya continentales, ya ingleses. Al retornar,
un año después, a Londres, donde «se había roto realmente el hechizo, y
la crisis interna que había paralizado casi dos años el movimiento
obrero judío, fue felizmente vencida», reinició la publicación del Arbeiterfreund, al mismo tiempo que la labor de organización obrera y de educación general.
Rocker, que más tarde escribiría La maldición del practicismo, no
entendía la militancia anarquista como adoctrinamiento ni como mera
propaganda. Creía que elevar el nivel cultural de los obreros constituye
de por sí una tarea revolucionaria; estaba convencido de que la belleza
y la verdad son siempre factores de liberación humana.
«La insuficiencia irritante del orden económico vigente para las grandes
masas del pueblo y la injusticia notoria en numerosos dominios de
nuestra vida política y social, no son ninguna medida de nuestra cultura
como tal. Lo que la civilización humana ha creado en valores
intelectuales y sociales en el curso de los tiempos, no se puede juzgar
exactamente más que en su totalidad. Ha ensanchado nuestro saber en una
proporción que apenas se puede abarcar y ha atestiguado en todos los
dominios del pensamiento humano conquistas que son imperecederas. Lo que
ha producido el espíritu del hombre en el reino de la ciencia, del
arte, de la literatura y en todos los dominios de la creación estética y
filosófica, es y permanece una posesión cultural nuestra y de las
futuras generaciones. Aquí está el punto natural de conexión para todo
desarrollo social ulterior, el puente que conduce desde el pasado al
futuro. El hecho de que a causa de las condiciones económicas existentes
millones de hombres apenas estén hoy en condiciones de hacer uso de las
mejores conquistas de la vida cultural, no es menos deplorable que la
circunstancia de que, a pesar de la elevada capacidad productiva de los
modernos métodos de trabajo, no puedan hallar ninguna seguridad para su
existencia material y tengan que contentarse siempre con las migajas de
la mesa de la vida. Por eso justamente, el problema de nuestro tiempo no
es un simple problema económico sino un asunto que abarca todos los
dominios de la vida cultural. No sólo hay un hambre del cuerpo, sino
también un hambre del espíritu y del alma que exige sus derechos. Llevar
esto a la conciencia de los seres humanos es la tarea principal de una
propaganda que se apoye en la educación de las masas y enseñe a pensar,
no sólo con el estómago, sino también a tener presentes las aspiraciones
de la vida y a apropiarse de los bienes intelectuales de la cultura, lo
que siempre es posible».
La labor de Rocker entre los obreros judíos de Londres, que algunos
consideraron insólita para un alemán que no tenía ninguna ascendencia
hebrea, es una prueba más de su auténtico internacionalismo socialista y
libertario. He aquí cómo él mismo se expresa en sus Memorias sobre
este hecho: «Pero tengo que agradecer todavía otra gran experiencia en
mi actividad de entonces, que no quiero silenciar, como no judío, para
provecho y edificación de aquellos que han metido la cuchara en las
ollas de la llamada teoría racial o que no pudieron vencer nunca los
prejuicios artificialmente implantados frente a los judíos. Tengo que
dejar sentado aquí que no existe nada para lo cual el llamado espíritu judío
no sea tan receptivo o que reaccione de otro modo a como reacciona el
espíritu de otros pueblos, si es que se puede hablar de un espíritu de
los pueblos en general. He vivido veinte años en el ghetto, he
tenido relaciones diarias con trabajadores judíos, he conocido sus
dolores y privaciones, he tomado parte incansablemente en sus luchas por
el pan cotidiano, he despertado su anhelo, he compartido sus alegrías y
esperanzas y estuve con ellos como un igual sobre la misma base. He
empleado los mejores años de mi vida en estimular su cultura
intelectual, en fortalecer su voluntad y encender su resistencia contra
la arbitrariedad y la tiranía... Su amistad, su ligazón interior, su
confianza ilimitada son para mí la más hermosa recompensa y serán
siempre un recuerdo luminoso, especialmente hoy, cuando ha llegado el
otoño de mi vida y se ciernen sobre mí las sombras de la noche».
Su testimonio resulta particularmente significativo por sintetizar una
visión teórica, basada en sólidos y extensos conocimientos históricos y
filosóficos-sociales, con una prolongada asiduidad y un largo trato
personal: «Si quisiera reunir brevemente mis experiencias personales con
personas de origen judío, sólo podría decir que no he encontrado en
ellas ninguna cualidad que no se encontrase también en los descendientes
de otros pueblos. La burda afirmación de que el judío representa una
posición singular entre todos los demás pueblos, no es más que yerma
habladuría, que no tiene por base ninguna experiencia auténtica, sino
sólo el prejuicio ciego. Los representantes de esas chistosas nociones
no comprenden el testimonio lamentable de pobreza que con ello ofrecen.
Si fuese realmente verdad que una minoría insignificante es responsable
de todos los males del mundo, entonces la gran mayoría de la raza humana
no merecería mejor destino. Débiles de espíritu que se persuaden
seriamente de que son las víctimas indefensas de un pequeño grupo humano
disperso por el mundo, sólo demuestran su propia incapacidad y su
minoría de edad intelectual». Ya en 1903, en ocasión del pogromo
de Kishinev, organizó Rocker un gran mitin de protesta en Hyde Park, y
su lucha contra el antisemitismo, que alcanzó lógicamente su clímax con
el genocidio perpetrado por los nazis, se prolongó hasta el fin de sus
días.
Particular importancia, desde el punto de vista obrero y sindical,
adquirió la lucha promovida luego por Rocker contra el llamado «sweating
system», por el cual se establecía una cadena de explotación, donde los
grandes comerciantes obligaban a los pequeños empresarios a una cruel
competencia mutua, mientras éstos explotaban a sus obreros, los cuales, a
su vez, acicateaban a los auxiliares (generalmente inmigrantes recién
llegados). En 1906 el movimiento obrero libertario judío inauguró su
club en un edificio propio de Jubilee Street, gracias, en gran parte, al
esfuerzo de Rocker. Al año siguiente acudió Rocker, en representación
del movimiento judío, al Congreso de Amsterdam, donde quedó fundada, con
intervención de delegados de casi todos los países, la Internacional Anarquista.

Hallándose en 1909 en París, donde había sido invitado para dictar un
cursillo de conferencias sobre temas artístico-literarios, participó en
un mitin de protesta por el monstruoso proceso al que la reacción
monárquico-clerical española había sometido a Francisco Ferrer y
Guardia, el fundador de la Escuela Moderna. Fue por eso expulsado de
Francia.
Aún en Inglaterra arreció por entonces la campaña anti-anarquista, con
ocasión del caso de Houndsditch, en que tres letones, a quienes se
vinculó con el anarquismo, mataron durante un asalto a varios policías.
Inclusive algunos periódicos socialistas, como el Justice,
llegaron en 1911 a acusar a Emma Goldman de espía del zarismo. En 1912
estalló en Londres una gran huelga de la industria textil, que, según
palabras del mismo Rocker, «se convirtió rápidamente en una de las
luchas más enconadas por mejores salarios». Iniciada en la parte
occidental por obreros ingleses y de diferentes nacionalidades, tuvo
pronto, gracias a la decidida acción de Rocker, el apoyo de los miles de
trabajadores judíos de la parte oriental, que se plegaron a ella. La
pelea no careció de altibajos y de dramáticas vicisitudes; duró varias
semanas, pero al fin concluyó con una completa victoria de los obreros.
«La gran huelga de 1912 no sólo dio a los trabajadores judíos grandes
beneficios materiales, sino que creó por primera vez las verdaderas
condiciones para un trabajo ordenado; pero al mismo tiempo, la
intervención viril y decidida de los obreros judíos en esa lucha difícil
les atrajo el respeto de sus colegas ingleses, respeto que no podría
ser ya conmovido por nada». Cuando hacia esa misma época, Malatesta fue
condenado por haber querido desenmascarar a un espía de la policía
italiana, Rocker organizó un Malatesta Defense Comitee, cuya
decidida acción (que incluyó la organización de dos grandes
manifestaciones), logró que el gobierno inglés no desterrara, como se
temía, al luchador libertario.
En el año 1914 emprendió Rocker su primer viaje a Canadá y Estados
Unidos. Invitado por los compañeros de Montreal para realizar una gira
de propaganda, recorrió el vasto territorio norteamericano, celebró
reuniones y dio conferencias en Montreal, en Ottawa, en Toronto, en
Winnipeg, en Chicago, en London (Ontario), en Hamilton, y en Quebec, no
sin hacer una visita a las cataratas del Niágara y otra a Waldheim, el
cementerio alemán donde reposan los restos de los mártires de Chicago.
Las charlas y conferencias obtuvieron gran éxito y durante el viaje tuvo
la alegría de reencontrar a muchos viejos amigos y compañeros de
Londres y de otros lugares. El día 3 de junio, en las últimas horas de
la tarde, se hallaba de regreso en Liverpool.

Al estallar la Primera Guerra Mundial, Rocker fue detenido en Londres
como alemán y súbdito de una potencia enemiga. La libre Inglaterra vivía
en aquellos días una histeria anti-germánica, que condujo, entre otras
cosas, a la internación de millares de pacíficos ciudadanos alemanes en
grandes campos de concentración.
Lo que más le dolió a Rocker no fue, sin embargo, el hecho mismo de la
privación de su libertad, sino la tremenda defección del movimiento
obrero y socialista en todos los países beligerantes frente al problema
de la guerra. «Los movimientos socialistas y obreros de Europa habían
abdicado y se habían entregado dócilmente a los respectivos amos
nacionales. Apenas un diputado socialdemócrata, Karl Liebknecht, intentó
salvar el honor. Había terminado un capítulo de la historia del
socialismo y Rocker vio claramente entonces ya que el nacionalismo era
incompatible con la paz, con la solidaridad humana, con el socialismo,
con la cultura que son fruto de la libertad y solamente pueden prosperar
en ella», comenta Diego Abad de Santillán. De más está decir que Rocker
no se dejó abatir por la prisión, y que desarrolló en ella una labor
más educativa que propagandística, a través de docenas de conferencias,
pero, sobre todo, a través del ejemplo cotidiano.
En marzo de 1918, próximo ya el fin de la guerra, fue liberado y enviado
a Holanda, desde donde debía pasar a Alemania. Pero el agonizante
Imperio no olvidaba: le negó la entrada so pretexto de que, al
permanecer más de diez años fuera del país, sin inscribirse en ningún
consulado alemán, había perdido la ciudadanía. Se vio obligado a volver a
Holanda.
En Tilversum fue huésped del viejo militante Domela Nieuwenhuis, que
«había previsto la guerra hacía mucho tiempo y predicho también en el
Congreso de la Segunda Internacional en Bruselas (1891), que la paz
armada y la loca competencia armamentista de los Estados tenían que
conducir ineludiblemente a una catástrofe espantosa de incalculable
alcance, si el proletariado de todos los países no reconocía a tiempo el
peligro y no se preparaba para una acción en contra de esas amenazas».

En noviembre de 1918 puede, al fin, regresar a Alemania, junto con su mujer y su hijo. Kater, el presidente de la Freie Vereinigung Deutscher Gewerkschaften,
lo hospeda en Berlín. Con un entusiasmo que las tristes condiciones de
posguerra y las poco alentadoras perspectivas del movimiento obrero no
consiguen entibiar, se lanza otra vez a la tarea de organizar un
movimiento sindical revolucionario y libertario. En medio de las luchas
que sostenían entre sí las diversas facciones del movimiento socialista y
poco antes de la insurrección espartaquista «cuya sangrienta represión
suscitó en el país una impresión terrible», asiste Rocker al duodécimo
congreso de la Freie Vereinigung (diciembre de 1919).
Sus ideas, nada demagógicas, acerca de la responsabilidad de los pueblos
en el surgimiento de la tiranía y en el estallido de la guerra alcanzan
gran resonancia en aquellos días. «Era la hora —dice Santillán— en que
Alemania, cansada de la guerra, clamaba en todos los tonos: Nieder die Waffen!
(¡Abajo las armas!). Rocker habló ante los obreros de la industria de
los armamentos de la responsabilidad del proletariado, de la labor
consciente, de la no cooperación en fines antisociales. Sí, ¡abajo las
armas! Pero ¡abajo también los martillos que las forjan! No habrá más
armas mortíferas cuando los sabios, los técnicos y los trabajadores se
nieguen a fabricarlas». El sindicalismo revolucionario, de inspiración
anarquista, logró por entonces, y en buena parte gracias a la incansable
labor de Rocker, su mayor florecimiento en Alemania. En algunas
regiones industriales, como en Frankfurt, llegó inclusive a constituirse
en la corriente obrera mayoritaria.

Su simpatía por la República Bávara de los Consejos y, sobre todo, por
algunos de sus protagonistas, como Landauer, Mühsam y Toller (asesinado
el primero, condenados a quince y cinco años de prisión,
respectivamente, los otros dos) corre pareja por entonces con el repudio
y la creciente indignación que provocan en él los gobernantes
socialistas plegados al militarismo, como Noske. Fue durante «la era
nefasta» de este socialista «patriota», «que mostró a todos los
gobiernos posteriores de la República alemana el camino para eludir la
Constitución y sofocar todos los derechos legales, cuando el Estado se
hallaba presuntamente en peligro», que Rocker fue detenido y puesto en
la «Schutzhaft» (prisión preventiva) en febrero de 1920. La acusación
era simplemente la de ser «el propagandista principal del movimiento
sindicalista en Alemania». Durante seis semanas permaneció preso junto
con su amigo Fritz Kater.
Por aquel entonces comenzó a exponer en artículos (publicados, sobre todo, en Der Syndikalist
y otros órganos del movimiento obrero) y en charlas y conferencias
(algunas de ellas inclusive en la Universidad de Berlín) sus ideas
acerca del nacionalismo como enemigo de la cultura, elaborando así,
desde entonces, el contenido de su gran obra Nacionalismo y cultura.

Al mismo tiempo que el fallido Putsch de Kapp y los avances del
nacionalismo militarista lo confirman cada vez más en su convicción de
que la socialdemocracia alemana no es sino un gigante con pies de barro,
las noticias que llegan a Berlín desde Rusia corroboran cara vez más su
temprano juicio acerca del rumbo autoritario y, en definitiva,
antisocialista, que toma la revolución bolchevique. Los testimonios de
Piotr Arshinov, de Emma Goldman, de Alexander Berkman, ilustran con la
elocuencia de los hechos vividos su pesimismo a este respecto.
Para contrarrestar los esfuerzos bolcheviques de crear una Internacional
obrera que respondiera exclusivamente a los designios e intereses del
Estado soviético, Rocker y un grupo de militantes convocaron a todas las
federaciones nacionales sindicalistas a un Congreso Internacional. Este
Congreso, que contó con representantes de Argentina, Chile, Alemania,
Holanda, México, Portugal, Francia, Suecia y España, entre otros países,
sesionó en Berlín desde el 25 de diciembre de 1922 hasta el 2 de enero
de 1923. De allí surgió la Asociación Internacional de Trabajadores.
El secretariado internacional de la misma, elegido en el propio
Congreso, estaba formado por Rudolf Rocker, Augustin Souchy y Alexander
Shapiro.
La AIT pretendía constituir una organización natural de las masas, que,
según el concepto bakuninista, «es una asociación que surge de las
diversas determinaciones de su vida real cotidiana, de las distintas
modalidades de su trabajo», o, en otras palabras, «la organización por
corporaciones de oficio y secciones profesionales». Contra esta idea o,
por mejor decir, contra este ideal del sindicalismo, dirigieron todas
sus energías los agentes del Komintern (la Internacional Comunista).
Pero, además de su labor sindical, desplegó Rocker durante la década del
20, una vasta actividad literaria y estableció múltiples contactos con
refugiados y visitantes anarquistas de todos los países.
Algunos de los trabajos, destinados principalmente a combatir la idea
marxista-leninista de la dictadura del proletariado, fueron recopilados y
publicados en edición española con el título de Ideología y táctica del proletariado moderno
(Barcelona, 1926). Pero, según recuerda Santillán, escribió también en
esta época «ensayos literarios como Los seis, sobre seis caracteres
centrales de la literatura mundial, Don Quijote, Hamlet, Don Juan, etc.;
examinó la llamada racionalización de la industria y sus consecuencias;
divulgó conocimientos sobre el socialismo constructivo, la corriente de
pensamiento anterior al marxismo, calificada despectivamente como
socialismo utópico, y los presentó en su esencia verdaderamente
socialista; resumió una posición ponderada contra el revolucionarismo
palingenésico y palabrero en el trabajo La lucha por el pan cotidiano».
Tal actividad literaria, favorecida paradójicamente a comienzos de la
década del 30 por el auge de la reacción nacionalista y por lo que
podría denominarse el clima pre-nazi, culminó en la gran obra de
filosofía política, Nacionalismo y cultura, obra que Albert
Einstein calificó de «extraordinariamente instructiva» y Thomas Mann de
libro «hondo y altamente espiritual». Esta obra recién pudo ver la luz
en alemán en 1949, aunque antes había sido publicada en castellano
(1935-1937; 1940; 1946) y también en inglés, en holandés, en sueco, en
yidish, etc.
Entre los deportados rusos, por cuya suerte tuvo que preocuparse Rocker, estuvieron V.M. Volin (autor de La revolución desconocida) y otros siete anarquistas llegados al puerto de Stettin en 1922; Maximov (autor de La guillotina en acción: Veinte años de terror en Rusia),
Yarchuk, Mrachny, el célebre guerrillero ucraniano Néstor Majno, Mollie
Steimer, Senya Fleshin, etc. Entre los huéspedes españoles con quienes
trató Rocker por entonces en Berlín se contaban Diego Abad de Santillán,
quien sería después su traductor al castellano y el gran divulgador de
su obra en España; Buenaventura Durruti y Francisco Ascaso, que tanto
habían de destacarse durante la Guerra Civil española por su actuación
al frente de las brigadas anarquistas; Ángel Pestaña, que enviado por la
CNT, había viajado a Rusia, de donde retornaba profundamente
desilusionado. Sofía Kropotkin, que llegó a Berlín a comienzos de 1922,
le refirió muchos detalles de los últimos días de su compañero, Pedro,
fallecido un año antes. Igualmente de Moscú llegaron dos jóvenes
anarquistas italianos, Ugo Fedeli (Treni) y Francesco Ghezzi: Rocker
debió luchar duramente junto con sus compañeros para impedir que el
gobierno alemán los entregara a Italia, que los reclamaba por un
presunto delito político. También recibió Rocker la visita de Armando
Borghi, el secretario de la Unione Sindicale Italiana (autor después de una larga serie de obras, como Mussolini in caricia, L'Italia tra due Crispi, Mischia sociale, Errico Malatesta in 60 anni di lotte anarchiche, etc.).

En junio de 1929 viajó Rocker a Estocolmo, como representante de la AIT en el congreso anual de la organización sueca Sveriges Arbetaren Centralorganisation.
Después de la celebración del Congreso, pronunció una serie de
conferencias tanto en Estocolmo y localidades vecinas como en ciudades
del interior del país.
En junio de 1931 la CNT española convocó a un Congreso Nacional en
Madrid, al cual había de seguir, de acuerdo con el secretariado de la
AIT, el IV Congreso de esta central obrera internacional. A fines de
mayo, Rocker se trasladó a Madrid representando, junto con Augustin
Souchy, al secretariado internacional. En agosto de aquel mismo año hizo
también un breve viaje a Holanda, para asistir a la inauguración del
monumento erigido a Domela Nieuwenhuis en Ámsterdam (29 de agosto).
Mientras tanto, Alemania recorría a pasos acelerados el camino hacia el
Tercer Reich.
Ya el gobierno de Brüning y del Partido Católico Zentrum era en
realidad, según expresión del propio Rocker, «una dictadura con hoja de
parra, que desembarazó el camino para la dictadura de la cruz gamada».
La socialdemocracia, con su vieja historia de claudicaciones, marchaba a
remolque del Partido Católico, y sus representantes «se veían forzados a
aprobar todas las medidas del gobierno del Reich, por antipopulares y
reaccionarias que fuesen». Brüning, sin embargo, que se burló de sus
aliados socialdemócratas, acabó burlado por el círculo de Hindenburg,
que lo obligó a retirarse, para colocar en su sitio a von Papen. Este,
por su parte, estaba destinado a abrir directamente las puertas a
Hitler. Cuando Hindenburg recibió, al fin, la dimisión de Scheleicher,
Hitler fue nombrado canciller, y von Papen ocupó la vicecancillería.
Poco después, el nuevo canciller y su Partido Nacional-Socialista,
lograron una convocatoria a elecciones generales, para marzo de 1933.
He aquí cómo, según palabras del propio Rocker, se prepararon los nazis
para aquellos comicios: «Primero era necesario aprovechar el tiempo
antes de las elecciones con todos los medios a su disposición y
fortalecer las posiciones conquistadas. Hitler había entregado a
Goering, el nuevo ministro del Reich, toda la policía prusiana, y este
morfinómano, dominado por instintos sádicos, fue elegido como por el
destino para su papel. La famosa ordenanza policial con que Goering
inició su actividad en el cargo suscitó un ligero espanto, incluso en
aquellos círculos a los que no se podía ciertamente acusar de marxismo.
Goering exigió a sus funcionarios que hiciesen uso de las armas
despiadadamente y prometió apoyar a todo el que en este concepto
cumpliese con su deber, mientras que a todos los que quisieran conservar
todavía un poco de humanidad, los amenazaba con el castigo más severo y
la inmediata exoneración. Toda la ordenanza era una abierta excitación
al asesinato, que testimoniaba la brutalidad sanguinaria de este
incendiario rabioso, al que se había confiado la seguridad del país. Hay
que imaginarse cómo tenían que resultar esas y otras excrecencias
semejantes de una mente perturbada, en tiempos de la mayor tensión
psíquica. En realidad, las elecciones de marzo de 1933 se efectuaron
poco después del incendio del Reichstag, época del peor terror,
calculado para el aplastamiento más brutal del adversario, y fue como un
escarnio cuando Hindenburg, ante una demanda del partido católico del
centro, aseguró que «el gobierno se preocupaba de que la libertad
electoral fuese protegida de todas maneras». Mientras millares de
personas fueron arrestadas en todo el Reich y la soldadesca parda de
Hitler se dedicaba en todas partes a las violencias más indignantes,
ejecutando cada noche nuevos asesinatos, demoliendo casas del pueblo y
locales sindicales, penetrando en los domicilios de adversarios para
«liquidarlos», el gobierno reprimía la más ligera protesta contra esas
iniquidades, puso la radio exclusivamente al servicio de los
reaccionarios y consintió con la mayor tranquilidad que se lanzase todo
un diluvio de calumnias repulsivas contra los adversarios, sin que éstos
tuvieran la menor ocasión de defenderse».
En realidad, fue el incendio del Reichstag, obra de un cerebro enfermo
pero cónsono con la enfermedad de su época, el que dio el poder a los
nazis. «Todo mal acaba por dar impulso en última instancia a un mal
mayor: todo crimen a un crimen más grande —anota Rocker—. El incendio
del Reichstag proporcionó a los nazis el poder sobre Alemania; pero
condujo con lógica inflexible a un incendio mayor, que dejó en ruinas y
en escombros a media humanidad». Era evidente que hombres como Rocker no
solamente no tenían ya en Alemania ningún campo de acción, sino que
desde entonces corrían grave peligro de ser arrestados, torturados y
asesinados. Erich Mühsam, crítico y poeta anarquista, su gran amigo, fue
detenido y enviado a un campo de concentración por haber demorado unas
horas su partida.
Aconsejado por compañeros y allegados, Rocker emprende la huida y llega a
cruzar la frontera suiza en el último tren no controlado por los
guardias nazis. Después de pasar unos días en Basilea y en Zurich (donde
se encuentra con el viejo pensador socialista Fritz Brupbacher), es
huésped de Emma Goldman en Saint-Tropez durante algunas semanas.
Entra ilegalmente a Francia y al llegar a París, se esfuerza, a través
de una serie de charlas y de contactos personales, por alertar a los
compañeros del movimiento libertario y a las fuerzas socialistas y
democráticas en general del grave peligro que para Europa y para el
mundo entero supone la toma del poder por parte de los nazis en
Alemania. Con excepción del economista holandés Cornelissen, son pocos,
sin embargo, los que llegan a comprender entonces la gravedad de la
situación.
De Francia pasa Rocker sin dificultad a Inglaterra. En Londres lo
reciben con alegría y afecto los parientes de su mujer Milly, y una
multitud de viejos amigos judíos, ingleses, y de otras nacionalidades.
Después de permanecer allí algunos meses (y no sin antes haber realizado
otro viaje a París para asistir a una conferencia de la AIT), se
embarca el 27 de agosto en Southampton, rumbo a Nueva York, adonde llega
el 2 de septiembre de 1933.
A los sesenta años, está aún lejos de renunciar a su actividad
intelectual y a su militancia libertaria. Emprende una nueva gira de
conferencias por Estados Unidos y Canadá. Reanuda viejos contactos,
polemiza cuando es necesario con los bolcheviques, realiza un esfuerzo
gigantesco por dar a conocer al público americano y en especial a los
intelectuales liberales, que tienen una visión distorsionada e ingenua
de la situación política europea, el aluvión de barbarie que el
nacionalsocialismo triunfante amenaza con descargar sobre el mundo
entero. La campaña de apoyo a las fuerzas antifascistas que luchan en la
Guerra Civil Española contra la conspiración militar-clerical
encabezada por Franco, llena largos meses de su nueva vida en América.
Por otra parte, ya en Towanda, ya en Nueva York, ya en Mohigan Colony,
ya, finalmente, en California, no ceja en su prolífica labor literaria.
Además de revisar su gran obra Nacionalismo y cultura (para la edición inglesa), escribe diversos libros, artículos y folletos, sobre la guerra civil española (The Tragedy of Spain, 1937; The Truth About Spain, 1936); sobre problemas del socialismo y del anarquismo (Anarcho-Syndicalism, 1938; La influencia de las ideas absolutistas en el socialismo, 1945, etc.) y sobre historia de las ideas libertarias (Fermín Salvochea, 1945; Pedro José Proudhon, 1935; Michael Bakunin and his Time, 1946; Pioneers of American Freedom, 1949; Der Leidensweg von Zensl Mühsam, 1949; Max Nettlau: El Herodoto de la Anarquía, 1950, etc.). También compone una extensa y jugosa autobiografía en tres tomos (La juventud de un rebelde, 1947; En la borrasca, 1949; Revolución y regresión, 1952).
Muere en Nueva York, el 10 de septiembre de 1958.
La teoría de la propiedad en Proudhon
y otros momentos del pensamiento anarquista.
Ediciones La Piqueta, 1980
y otros momentos del pensamiento anarquista.
Ediciones La Piqueta, 1980
Fuente
http://grupostirner.blogspot.com.es/2011/01/rudolf-rocker-el-socialismo-como-anti.html
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