Errico Malatesta (1853-1932) fue uno de
los propagandistas anarquistas más activos durante sus sesenta años de
militancia. Puesto que los problemas básicos que pusieron en movimiento sus
ideas no han cambiado demasiado en el último medio siglo -sobretodo en los
países del llamado “tercer mundo”- es mucho lo que él puede enseñarnos, no como
profeta, sino como alguien que pertenece a nuestra época y trabajó y vivió
entre la gente, y siempre percibió que él sería el último en sugerir que los
anarquistas de hoy acepten ciegamente sus ideas y adopten en detalle su “programa
anarquista”, o traten de vivir la vida que él vivió como agitador.
“Malatesta,
pensamiento y acción revolucionarios” de Vernon Richards. Edit. Proyección.
Buenos Aires 1974/“Anarquismo y Anarquía” Errico Malatesta, Tupac Ediciones,
Buenos Aires 2000
El Anarquismo
Comunista

La fine dell’ Anarchismo de Luigi Galleani...
(es) en sustancia una exposición clara, serena y elocuente del comunismo
anárquico, según la concepción kröpotkiniana: concepción que yo
personalmente encuentro demasiado optimista, demasiado fácil y confiada en las
armonías naturales, pero que no por ello deja de ser la contribución más grande
que se haya aportado hasta ahora a la difusión del anarquismo.
También nosotros aspiramos al comunismo como
a la más perfecta realización de la solidaridad social, pero debe ser comunismo
anárquico, es decir, libremente querido y aceptado, y medio para asegurar y
acrecentar la libertad de cada uno; pero considerarnos que el comunismo
estatal, autoritario y obligatorio es la más odiosa tiranía que alguna vez haya
afligido, atormentado y obstaculizado la marcha de la humanidad.
Estos anarquistas que se dicen comunistas -y
me ubico entre ellos- son tales no porque deseen imponer su modo especial de
ver o crean que aparte de éste no haya ninguna salvación, sino porque están
convencidos, hasta que se pruebe lo contrario, de que cuanto más se hermanen
los hombres y más íntima sea la cooperación de sus esfuerzos en favor de todos
los asociados, tanto mayor será el bienestar y la libertad de que podrá gozar
cada uno. El hombre, piensan ellos, aunque esté liberado de la opresión de los
demás hombres quedará siempre expuesto a las fuerzas hostiles de la naturaleza,
que él no puede vencer por sí solo, aunque ayudado por los demás hombres puede
dominarlas y transformarlas en medios de su propio bienestar. Un hombre que
quisiera proveer a sus necesidades materiales trabajando por sí solo, sería
esclavo de su trabajo. Un campesino, por ejemplo, que quisiera cultivar por sí
solo su trozo de tierra, renunciaría a todas las ventajas de la cooperación y
se condenaría a una vida miserable: no podría concederse períodos de
reposo, viajes, estudios, contactos con la vida múltiple de los vastos
agrupamientos humanos... y no siempre lograría calmar su hambre.
Es grotesco pensar que anarquistas, aunque se
digan comunistas y lo sean, deseen vivir en un convento, sometidos a la regla
común, a la comida y al vestido uniforme, etcétera; pero sería igualmente
absurdo pensar que quieran hacer lo que les plazca sin tener en cuenta las
necesidades de los demás, el derecho de todos a gozar de una libertad igual.
Todo el mundo sabe que Kröpotkin, por ejemplo, que se contaba entre los
anarquistas más apasionados y elocuentes propagadores de la concepción
comunista, fue al mismo tiempo un gran apóstol de la independencia individual y
quería con pasión que todos pudieran desarrollar y satisfacer libremente sus
gustos artísticos, dedicarse a las investigaciones científicas, unir
armoniosamente el trabajo manual y el intelectual para llegar a ser hombres en
el sentido más elevado de la palabra.
Además los comunistas (anarquistas, se
entiende) creen que a causa de las diferencias naturales de fertilidad, salubridad
y ubicación del suelo, sería imposible asegurar, individualmente a cada uno
iguales condiciones de trabajo, y realizar, si no la solidaridad, por lo menos
la justicia. Pero al mismo tiempo se dan cuenta de las inmensas dificultades
que implica practicar, antes de un largo período de libre evolución, ese
comunismo voluntario universal que ellos consideran como ideal supremo de la
humanidad emancipada y hermanada. Y llegan, por lo tanto, a una conclusión que
podría expresarse con la siguiente fórmula: en la medida en que se realice el
comunismo será posible realizar el individualismo, es decir, el máximo de
solidaridad para gozar del máximo de libertad.
El comunismo aparece teóricamente como un
sistema ideal que sustituiría en las relaciones humanas la lucha por la
solidaridad, utilizaría de la mejor manera posible las energías naturales y el
trabajo humano y haría de la humanidad una gran familia de hermanos dispuestos
a ayudarse y amarse.
Pero ¿es esto practicable en las actuales
condiciones morales y materiales de la humanidad? ¿Y dentro de qué límites?
El comunismo universal, es decir, una
comunidad sola entre todos los seres humanos, es una aspiración, un faro ideal
hacia el cual hay que tender, pero no podría ser ahora, por cierto, una forma
concreta de organización económica. Esto, naturalmente, para nuestra época y
probablemente por algún tiempo futuro: quienes vivan en el porvenir
pensarán en tiempos más lejanos.
Por ahora sólo se puede pensar en una
comunidad múltiple entre poblaciones vecinas y afines que tendrían además
relaciones de diverso tipo, comunitarias o comerciales; y aún dentro de estos
límites se plantea siempre el problema de un posible antagonismo entre
comunismo y libertad, puesto que, incluso existiendo un sentimiento que
favorecido por la acción económica impulsa a los hombres hacia la hermandad y
la solidaridad consciente y voluntaria, y que nos inducirá a propugnar y
practicar el mayor comunismo posible, creo que así como el completo
individualismo sería antieconómico e imposible, también sería ahora imposible y
antilibertario el completo comunismo, sobre todo si se extiende a un territorio
vasto.
Para organizar en gran escala una sociedad
comunista sería necesario transformar radicalmente toda la vida económica: los
modos de producción, de intercambio y de consumo; y esto sólo se podría hacer
gradualmente, a medida que las circunstancias objetivas lo permitieran y la
masa fuera comprendiendo las ventajas de tal sistema y supiese manejarlo por sí
misma. Si en cambio se quisiese, y se pudiese, proceder de golpe por la
voluntad y la preponderancia de un partido, las masas, habituadas a obedecer y
servir, aceptarían el nuevo modo de vida como una nueva ley impuesta por un
nuevo gobierno, y esperarían que un poder supremo impusiese a cada uno el modo
de producir y midiese su consumo. Y el nuevo poder, al no saber o no ser capaz
de satisfacer las necesidades y deseos inmensamente variados y a menudo
contradictorios, y no queriendo declararse inútil y proceder a dejar a los
interesados la libertad de actuar como deseen y puedan, reconstruiría un
Estado, fundado como todos los Estados en la fuerza militar y policial, Estado
que, si lograse durar, sólo equivaldría a sustituir los viejos patrones por
otros nuevos y más fanáticos. Con el pretexto, y quizás con la honesta y
sincera intención de regenerar el mundo con un nuevo Evangelio, se querría
imponer a todos una regla única, se suprimiría toda libertad, se volvería
imposible toda iniciativa; y como consecuencia tendríamos el desaliento y la parálisis
de la producción, el comercio clandestino o fraudulento, la prepotencia y la
corrupción de la burocracia, la miseria general y, en fin, el retorno más o
menos completo a las condiciones de opresión y explotación que la revolución se
proponía abolir.
La experiencia, rusa no debe haber ocurrido
en vano.
En conclusión, me parece que ningún sistema
puede ser vital Y liberar realmente a la humanidad de la atávica servidumbre,
si no es fruto de una libre evolución.
Las sociedades humanas, para que sean convivencia
de hombres libres que cooperan para el mayor bien de todos, y no conventos o
despotismos que se mantienen por la superstición religiosa o la fuerza brutal,
no deben resultar de la creación artificial de un hombre o de una secta. Tienen
que ser resultado de las necesidades y las voluntades, coincidentes o
contrastantes, de todos sus miembros que, aprobando o rechazando, descubren las
instituciones que en un momento dado son las mejores posibles y las desarrollan
y cambian a medida que cambian las circunstancias y las voluntades.
Se puede preferir entonces el comunismo, o el
individualismo, o el colectivismo, o cualquier otro sistema imaginable y
trabajar con la propaganda y el ejemplo para el triunfo de las propias
aspiraciones; pero hay que cuidarse muy bien, bajo pena de un seguro desastre,
de pretender que el propio sistema sea único e infalible, bueno para todos los
hombres, en todos los lugares y tiempos, y que se lo deba hacer triunfar con
métodos que no sean la persuasión que resulta de la evidencia de los hechos.
Lo importante, lo indispensable, el punto del
cual hay que partir es asegurar a todos los medios que necesitan para ser
libres.
La organización

Como el hombre no
quiere ni puede vivir aislado, más aún, no puede llegar a ser verdaderamente
hombre y satisfacer sus necesidades materiales y morales sino en la sociedad y
con la cooperación de sus semejantes, ocurre fatalmente que quienes no poseen
los medios o la conciencia bastante desarrollada para organizarse libremente
con los que tienen comunidad de intereses y de sentimientos, sufren la
organización construida por otros individuos, generalmente constituidos en
clase o grupo dirigente con el fin de explotar para su propio beneficio el
trabajo de los demás. Y la opresión milenaria de la masa por parte de un
pequeño número de privilegiados ha sido siempre la consecuencia de la
incapacidad de la mayor parte de los individuos para ponerse de acuerdo y
organizarse con los otros trabajadores para la producción, el disfrute y la
eventual defensa contra quienes quisieran explotarlos u oprimirles.
Para remediar este
estado de cosas surgió el anarquismo...
Hay dos fracciones
entre quienes reivindican, con adjetivos variados o sin ellos, el nombre de
anarquistas: Los partidarios y los adversarios de la organización.
Si no podemos llegar
a ponernos de acuerdo, tratemos por lo menos de entendernos.
Y ante todo
distingamos, porque la cuestión es triple: La organización en general como
principio y condición de vida social, hoy y en la sociedad futura; la
organización del partido anarquista; y la organización de las fuerzas populares
y, especialmente, de la de las masas trabajadoras para la resistencia contra el
gobierno y el capitalismo...
Y el error
fundamental de los anarquistas adversarios de la organización consiste en creer
que no puede haber organización sin autoridad, por lo cual prefieren, admitida
esta hipótesis, renunciar más bien a cualquier tipo de organización antes que
aceptar la más mínima autoridad.
Ahora bien, parece
cosa evidente que la organización, es decir, la asociación con un fin
determinado y con las formas y medios necesarios para ese fin, resulta algo
imprescindible para la vida social. El hombre aislado no puede vivir ni
siquiera la vida del bruto: es impotente, salvo en las regiones tropicales y
cuando la población es excesivamente escasa, para procurarse el alimento; y lo
es siempre, sin excepciones, para elevarse a una vida que sea un poco superior
a la de los demás animales. Debiendo entonces unirse con los otros hombres, más
aún, encontrándose unido con ellos como consecuencia de la evolución anterior
de la especie, el hombre debe sufrir la voluntad de los demás (ser esclavo), o
imponer su propia voluntad a los otros (ser la autoridad), o vivir con los
demás en fraternal acuerdo con miras al mayor bien de todos (ser un asociado).
Nadie puede eximirse de esta necesidad; y los antiorganizadores más excesivos
no sólo sufren la organización general de la sociedad en que viven, sino
también en los actos voluntarios de su vida, e incluso en su rebelión contra la
organización se unen, se dividen el trabajo, se organizan con aquellos con los
que están de acuerdo y utilizan los medios que la sociedad pone a su
disposición.
Admitida como posible
la existencia de una colectividad organizada sin autoridad, es decir, sin
coacción -y para los anarquistas es necesario admitirlo porque en caso contrario
el anarquismo no tendría sentido-, pasamos a hablar de la organización del
partido anarquista.
También en este caso
la organización nos parece útil y necesaria. Si partido significa un conjunto
de individuos que tienen un fin común y se esfuerzan por alcanzarlo, es natural
que se entiendan, unan sus fuerzas, se dividan el trabajo y tomen todas las
medidas que juzguen aptas para llegar a aquel fin. Permanecer aislados actuando
o queriendo actuar cada uno por su cuenta sin entenderse con los demás, sin
prepararse, sin unir en un haz potente las débiles fuerzas de los individuos,
significa condenarse a la impotencia, malgastar la propia energía en pequeños
actos sin eficacia y muy pronto perder la fe en la meta y caer en la completa
inacción...
Un matemático, un
químico, un psicólogo, un sociólogo pueden decir que no tienen programa o que
no tienen el de buscar la verdad: Quieren conocer, no quieren hacer algo. Pero
el anarquismo y el socialismo no son ciencias: Son propósitos, proyectos que
los anarquistas y los socialistas desean poner en práctica y que por ello
tienen necesidad de ser formulados en programas determinados.
Si es cierto que [la
organización crea jefes], es decir, si es cierto que los anarquistas son
incapaces de reunirse y no ponerse de acuerdo entre sí sin someterse a ninguna
autoridad, esto quiere decir que son aún muy poco anarquistas y que antes de
pensar en establecer el anarquismo en el mundo deben pensar en volverse capaces
ellos mismo de vivir anárquicamente. Pero el remedio no residiría ya en la
organización, sino en la acrecentada conciencia de los miembros individuales...
Tanto en las
sociedades pequeñas como en las grandes, aparte de la fuerza bruta, que no
tiene nada que ver con nuestro caso, el origen y la justificación de la
autoridad reside en la desorganización social. Cuando una colectividad tiene
una necesidad y sus miembros no saben organizarse espontáneamente y por sí
mismos para atenderla, surge alguien, una autoridad, que satisface esa
necesidad sirviéndose de las fuerzas de todos y dirigiéndolas a su voluntad. Si
las calles son inseguras y el pueblo no sabe solucionar el problema, surge una
policía que, por algún servicio que presta, se hace soportar y pagar, y se
impone y tiraniza. Si hay necesidad de un producto, y la colectividad no sabe
entenderse con los productores lejanos para hacérselo enviar a cambio de
productos del país, surge el mercader que medra con la necesidad que tienen
unos de vender y los otros de comprar, e impone los precios que él quiere a los
productores y a los consumidores.
Ved lo que ha
sucedido siempre entre nosotros: Cuanto menos organizados estamos tanto más nos
encontramos a discreción de algún individuo. Y es natural que así sea...
De modo que la
organización, lejos de crear la autoridad es el único remedio contra ella y el
solo medio para que cada uno de nosotros se habitúe a tomar parte activa y
consciente en el trabajo colectivo y deje de ser instrumento pasivo en manos de
los jefes...
Pero una
organización, se dice, supone la obligación de coordinar la propia acción y la
de los otros, y por lo tanto viola la libertad, traba la iniciativa. A nosotros
nos parece que lo que verdaderamente elimina la libertad y hace imposible la
iniciativa es el aislamiento que vuelve a los hombres impotentes. La libertad
no es el derecho abstracto sino la posibilidad de hacer una cosa: Esto es
cierto entre nosotros como lo es en la sociedad general. Es en la cooperación
de los otros hombres donde el hombre encuentra los medios para desplegar su actividad,
su poder de iniciativa.
Una organización
anarquista debe fundarse, a mi juicio, sobre la plena autonomía, sobre la plena
independencia, y por lo tanto la plena responsabilidad de los individuos y de
los grupos; el libre acuerdo entre los que creen útil unirse para cooperar con
un fin común; el deber moral de mantener los compromisos aceptados y no hacer
nada que contradiga el programa aceptado. Sobre estas bases se adoptan luego
las formas practicas, los instrumentos adecuados para dar vida real a la
organización. De ahí los grupos, las federaciones de grupos, las generaciones
de federaciones, las reuniones, los congresos, los comités encargados de la
correspondencia o de otras tareas. Pero todo esto debe hacerse libremente, de
modo de dar mayor alcance a los esfuerzos que, aislados, serían imposibles o de
poca eficacia.
Así los congresistas
en una organización anarquista, aunque adolezcan como cuerpos representativos
de todas las imperfecciones... están exentos de todo autoritarismo porque no
hacen leyes, no imponen a los demás sus propias deliberaciones. Sirven para
mantener y aumentar las relaciones personales entre los compañeros más activos,
para sintetizar y fomentar los estudios programáticos sobre las vías y medios
de acción, para hacer conocer a todos las situaciones de las diversas regiones
y la acción que más urge en cada una de ellas, para formular las diversas
opiniones corrientes entre los anarquistas y hacer de ellas una especie de
estadística -y sus decisiones no son reglas obligatorias, sino sugerencias,
consejos, propuestas que deben someterse a todos los interesados y no se
vuelven obligatorias, ejecutivas, sino para quienes las aceptan y mientras las
acepten-. Los órganos administrativos que ellos nombran -comisión de
correspondencia, etcétera- no tienen ningún poder directivo, no toman
iniciativas sino por cuenta de quien solicita y aprueba asas iniciativas, y no
tienen ninguna autoridad para imponer sus propios puntos de vista, que ellos
pueden por cierto sostener y difundir como grupos de compañeros, pero no pueden
presentar como opiniones oficiales de la organización. Ellos publican las
resoluciones de los congresos y las opiniones y las propuestas que grupos e
individuos se comunican entre sí; y sirven, para quien quiera utilizarlos, para
facilitar las relaciones entre los grupos y la cooperación entre quienes están
de acuerdo sobre las diversas iniciativas:
Todos están en
libertad, si les parece, de mantener contacto directo con cualquiera, o de
servirse de otros comités nombrados por agrupamientos especiales.
En una organización
anarquista todos los miembros pueden expresar todas las opiniones y emplear
todas las técnicas que no estén en contradicción con los principios aceptados y
no dañen la actividad de los demás. En todos los casos una determinada
organización dura mientras las razones de unión sean superiores a las de
disenso: En caso contrario se disuelve y deja su lugar a otros agrupamientos
más homogéneos.
Por cierto, la
duración, la permanencia de una organización es condición del éxito en la larga
lucha que debemos librar, y por otro lado es natural que todas las
instituciones aspiren por instinto, a durar indefinidamente. Pero la duración
de una organización libertaria debe ser consecuencia de la afinidad espiritual de
sus componentes y de la adaptabilidad de su constitución a los continuos
cambios de las circunstancias: Cuando ya no es capaz de cumplir una función
útil es mejor que muera.
“Nos sentiríamos por
cierto felices si pudiéramos todos ponernos de acuerdo y unir todas las fuerzas
del anarquismo en un movimiento, etcétera...
Es mejor estar
desunidos que mal unidos. Pero querríamos esperar que cada individuo se uniera
con sus amigos y que no existieran fuerzas aisladas, o fuerzas desperdiciadas”.
Nos falta hablar de
la organización de las masas trabajadoras para la resistencia contra el
gobierno y contra los patrones... Los trabajadores no podrán emanciparse nunca
mientras no encuentren en la unión la fuerza moral, la fuerza económica y la
fuerza física que es necesaria para derrotar a la fuerza organizada de los
opresores.
Ha habido
anarquistas, y los hay todavía por lo demás, que aún reconociendo... la
necesidad de organizarse hoy para la propaganda y la acción, se muestran
hostiles a todas las organizaciones que no tengan como objetivo directo el
anarquismo y no sigan métodos anarquistas... A esos compañeros les parecía que
todas las fuerzas organizadas para un fin que no fuera radicalmente
revolucionario eran fuerzas sustraídas a la revolución. A nosotros nos parece,
en cambio, y la experiencia nos ha dado ya lamentablemente razón, que este
método condenaría al movimiento anarquista a una perpetua esterilidad.
Para hacer propaganda
hay que encontrarse en medio de la gente, y es en las asociaciones obreras donde
los trabajadores encuentran a sus compañeros y en especial a aquellos que están
más dispuestos a comprender y a aceptar nuestras ideas. Pero aunque se pudiese
hacer fuera de las asociaciones toda la propaganda que se quisiera, ésta no
podría tener efecto sensible sobre la masa trabajadora. Aparte de un pequeño
número de individuos, más decididos y capaces de reflexión abstracta y de
entusiasmos teóricos, el trabajador no puede llegar de golpe al anarquismo.
Para llegar a ser anarquista en serio, y no solamente de nombre, es necesario
que el trabajador empiece a sentir la solidaridad que lo vincula con sus
compañeros, que aprenda a cooperar con los demás en la defensa de los intereses
comunes, y que al luchar contra los patrones y el gobierno que los sostiene,
comprenda que los patrones y los gobiernos son parásitos inútiles y que los
trabajadores podrían conducir por sí mismos la economía social. Y cuando ha
comprendido esto es anarquista aunque no lleve ese nombre.
Por lo demás,
favorecer las organizaciones populares de todas clases es consecuencia lógica
de nuestras ideas fundamentales, y debería por lo tanto formar parte de nuestro
programa.
Un partido
autoritario, que trata de apoderarse del poder para imponer sus propias ideas,
tiene interés en que el pueblo siga siendo una masa amorfa, incapaz de obrar
por si mismo y, por lo tanto siempre fácil de dominar, y por ello lógicamente
ese partido no debe desear más que la pequeña cantidad de organización que
necesita para llegar al poder y sólo la de ese tipo: organización electoral, si
desea llegar por medios legales; organización militar, si confía, en cambio, en
una acción violenta.
Pero
nosotros los anarquistas no podemos emancipar al pueblo; queremos que el pueblo
se emancipe. No creemos en el bien que viene de lo alto y se impone por la
fuerza; queremos que el nuevo modo de vida social surja de las vísceras del
pueblo y corresponda al grado de desarrollo alcanzado por los hombres y pueda
progresar a medida que éstos progresan. A nosotros nos importa, por lo tanto,
que todos los intereses y todas las opiniones encuentren en una organización
consciente la posibilidad de hacerse valer y de influir sobre la vida colectiva
en proporción a su importancia.
Nosotros nos hemos fijado la tarea de luchar
contra la actual organización social y de abatir los obstáculos que se opongan
al advenimiento de una nueva sociedad en la cual estén asegurados la libertad y
el bienestar para todos. Para conseguir este fin nos unimos en un partido y
tratamos de ser cada vez más numerosos y lo más fuertes que sea posible. Pero
si lo único organizado fuera nuestro partido, si los trabajadores permanecieran
aislados como otras tantas unidades indiferentes entre sí y sólo vinculados por
la cadena común, si nosotros mismos, aparte de estar organizados en un partido
en tanto somos anarquistas, no lo estuviésemos con los trabajadores en tanto
somos trabajadores, no podríamos lograr nada, o, en el más favorable de los
casos, sólo podríamos imponernos... y entonces ya no sería el triunfo del
anarquismo, sino nuestro triunfo. Entonces, por más que nos llamáramos
anarquistas, en realidad sólo seríamos simples gobernantes, y resultaríamos
impotentes para el bien, como lo son todos los gobernantes.
GrupoTierranarquista.
GrupoTierranarquista.
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