George Orwell, cuyos inicios literarios nos remiten a una colección de «versos cristalinos» y a «la densa y elaborada prosa de la novela Burmese Days un tanto decadente y con su punta de naturalismo a la Huysmans» (según expresión de Giorgio Monicelli), se convirtió en época bastante temprana de su vida en un escritor socialista.
En Down and Out in Paris and London refiere con
desenfado y no sin un grano de humor sus experiencias entre el «lumpen» y
entre los trabajadores más explotados de las grandes urbes (lavaplatos,
cocineros, etc.). En Keep the Aspidistra Flying narra las angustias del joven poeta Gordon Comstock,
que aborrece el dinero y al mismo tiempo se ve obligado a perseguirlo
sin cesar, que sufre por su pobreza pero se resiste a integrarse en la
sociedad burguesa mediante un good job.
El amplio ensayo The Road to Wigan Pier analiza, con
estilo colorido pero con rigor que llamaríamos sociológico, si esto no
fuera entre nosotros sinónimo de aburrida minuciosidad, las condiciones
de vida y de trabajo de los mineros ingleses de los años treinta. Por
momentos uno cree encontrarse en estos libros con esa interpretación
«economicista» del marxismo tan frecuente, a principios de siglo, entre
los socialistas que no habían podido sustraerse al positivismo y al
cientifismo mecanicista. Pero esto tiene una fácil explicación en la
crisis económica iniciada en 1929, con su secuela de desocupación,
pauperismo, bajos salarios, guerras coloniales, etc.
Cuando Orwell quiere explicar su idea del socialismo, enseguida
advertimos que está tan lejos de reducirlo a una lucha por el salario
como de postular un capitalismo de Estado. Más aún podemos notar que,
por una parte, no se hace demasiadas ilusiones con el parlamentarismo
laborista y, por otra, intuye con claridad las similitudes entre
stalinismo y fascismo.
Sin embargo, antes de su viaje a España y de su activa intervención
en la lucha armada contra los ejércitos franquistas, Orwell mantenía
relaciones más o menos cordiales con el Partido Comunista inglés y sus
escritos eran acogidos y favorablemente comentados en la prensa del
partido y en el Daily Worker. La experiencia española, brillantemente narrada en Homage to Catalonia
y lúcidamente comentada en sus cartas a Geoffrey Gorer, Cyril Connolly,
Stephen Spender y otros, significó para él no un cambio sustancial pero
sí una nueva y vigorosa redefinición de sus ideas socialistas.
Cuando, a fines de 1936, Orwell decide viajar a España para escribir
una serie de artículos sobre la guerra y la revolución, lleva consigo
credenciales del Partido Laborista Independiente (ILP), este
partido desprendido del tronco del laborismo, incluía tal vez entre sus
militantes a algunos trotskistas, pero de ninguna manera podía
considerarse un partido trotskista. En realidad, lo más parecido a él
desde el punto de vista ideológico era el viejo Partido Socialista
Independiente alemán. El grupo de militantes del laborismo independiente
inglés que había ido a luchar a España (a los cuales se agregó Orwelll,
se incorpora, a fines de enero de 1937, a las milicias del Partido Obrero de Unificación Marxista (POUM).
Este partido, pequeño pero muy combativo, reunía a un grupo de
comunistas de izquierda antiestalinistas. Tampoco era un partido
trotskista (el mismo Trotski lo hizo blanco de sus críticas en más de
una ocasión), pero para el Partido Comunista stalinista todo grupo o
individuo que se llamara marxista y revolucionario sin acatar los úkases
del nuevo zar rojo era trotskista y, por consiguiente, social-fascista y
colaborador de Hitler y de Franco.
Orwell, que nunca estuvo afiliado al ILP y, desde luego, mucho menos
al POUM, se vio así enfrentado al Partido Comunista stalinista. Aunque
reconocía en los poumistas muchos méritos (como su falta de dogmatismo
sectario y su tolerancia), aunque coincidía parcialmente con su línea
ideológica y con su estrategia política, tampoco puede decirse que
hubiera una plena identificación con ellos. Él mismo admitía que su
adscripción a las milicias poumistas se debió en buena parte al azar. Si
al llegar a Barcelona hubiera podido elegir, con conocimiento de causa,
entre los varios partidos y organizaciones que luchaban allí contra el
fascismo, sin duda hubiera elegido a la CNT, es decir a la organización
anarcosindicalista.
En unas notas inéditas, escritas en Marruecos en 1939, dice:
En aquellos momentos tenía sólo una vaga idea de las diferencias entre partidos políticos que habían sido encubiertas en la prensa inglesa de izquierdas. Si hubiera conocido bien la situación, seguramente me habría alistado en las milicias de la CNT
Sería, sin duda, ilegítimo inferir de aquí que Orwell llegó a ser
anarquista o anarcosindicalista y que su socialismo se convirtió simple y
llanamente en socialismo libertario. Pero es indudable que su
concepción de un socialismo revolucionario, no parlamentario, pero
absolutamente consustanciado con la libertad, que sostenía desde sus
años juveniles, se vio reforzado en España por el contacto con la teoría
y la praxis anarcosindicalista.
Y es indudable también que el culto heroico a la libertad, valor
inescindible de la justicia, por parte de los anarquistas españoles
conmovió no sólo sus concepciones de pensador izquierdista, sino también
su sensibilidad de artista y de poeta. A la luz de esta experiencia
revolucionaria y no, en modo alguno, a la mortecina luz de la democracia
burguesa, como estúpida o interesadamente pretenden hoy los ideólogos
de la derecha yanqui, deben leerse tanto Animal Farm (1945) como 1984 (1948). Pero no menos estúpida e interesada es la interpretación de los escritores del Pravda,
según los cuales la sociedad anticipada por Orwell en esta última
novela corresponde a los Estados Unidos de América. Cualquiera que
conozca la vida, las ideas, las obras y la correspondencia del escritor
inglés se da cuenta fácil e inequívocamente de que el modelo que éste
tuvo ante sus ojos al pintar el monstruoso Estado del Gran Hermano no es
Estados Unidos ni siquiera la Alemania de Hitler (que en 1948 todos
creían definitivamente muerta), sino la Rusia de Stalin, a la cual le ha
negado ya la condición de país «socialista».
Es obvio que la anti utopía prevé la extensión del modelo soviético
stalinista a todos los países del mundo y que una de las tres grandes
potencias (donde la acción precisamente se desarrolla), Oceanía, es la
Inglaterra del futuro, pero el Arquetipo del Estado totalitario –y
entiéndase bien, antisocialista– es, para Orwell, en 1948, la Rusia de
Stalin, si bien no duda que pronto copiarán el Arquetipo la Inglaterra
de Churchill y los Estados Unidos de Truman.
¿Cuál es, para él, la utopía socialista que puede oponerse a la anti utopía de 1984?
Sin duda, la España revolucionaria de 1936, la de las colectividades
industriales y agrarias autogestionadas, la del POUM, pero, sobre todo,
la de la CNT-FAI.
Publicado en Polémica, n.º 13-14, octubre 1984.
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