Texto Digitalizado Original de los archivos Magón.Año 1910
TIERRA
Por Ricardo Flores Magón
Regeneración
1º. de octubre de 1910
"Millones
de seres humanos dirigen en estos momentos al cielo su triste mirada, con la
esperanza de encontrar más allá de las estrellas que alcanzan a ver, ese algo
que es el todo porque constituye el fin, forma el objeto del doloroso esfuerzo,
del penoso batallar de la especie hombre desde que sus pasos vacilantes la pusieron
un palmo adelante de las especies irracionales: ese algo es la felicidad."
¡La felicidad! "La felicidad no es de este mundo", dicen las
religiones: "la felicidad está en el cielo, está más allá de la
tumba". -Y el rebaño humano levanta la vista, e ignorante de la ciencia
del cielo, piensa que éste está muy lejos cuando sus pies se apoyan
precisamente en este astro, que con sus hermanos constituye la gloria y la
grandeza del firmamento.
La tierra forma parte del
cielo; la humanidad, por lo mismo, está en el cielo. No hay que levantar la
vista con la esperanza de encontrar la felicidad detrás de esos astros que
embellecen nuestras noches: la felicidad está aquí, en el astro Tierra, y no se
conquista con rezos, no se consigue con oraciones, ni ruegos, ni humillaciones,
ni llantos: hay que disputarla de pie y por la fuerza, porque los dioses de la
tierra no son como los de las religiones: blandos a la oración y al ruego; los
dioses de la tierra tienen soldados, tienen polizontes, tienen jueces, tienen
verdugos, tienen presidios, tienen horcas, tienen leyes, todo lo cual
constituye lo que se llama instituciones, montañas escarpadas que impiden a la
humanidad alargar el brazo y apoderarse de la tierra, hacerla suya, someterla a
su servicio, con lo que se haría de la felicidad el patrimonio de todos y no el
privilegio exclusivo de los pocos que hoy la detentan.
La tierra es de todos.
Cuando hace millones de millones de años no se desprendía aún la Tierra del
grupo caótico que andando el tiempo había de dotar al firmamento de nuevos
soles, y después, por el sucesivo enfriamiento de ellos, de planetas más o
menos bien acondicionados para la vida orgánica, este planeta no tenía dueño.
Tampoco tenía dueño la tierra cuando la humanidad hacía de cada viejo tronco
del bosque o de cada caverna de la montaña una vivienda y un refugio contra la
intemperie y contra las fieras.
Tampoco tenía dueño la
tierra cuando más adelantada la humanidad en la dolorosa vía de su progreso
llegó al periodo pastoril: donde había pastos, allí se estacionaba la tribu que
poseía en común los ganados. El primer dueño apareció con el primer hombre que
tuvo esclavos para labrar los campos, y para hacerse dueño de esos esclavos y
de esos campos necesitó hacer uso de las armas y llevar la guerra a una tribu
enemiga. Fue, pues, la violencia el origen de la propiedad territorial, y por
la violencia se ha sostenido desde entonces hasta nuestros días.
Las invasiones, las
guerras de conquista, las revoluciones políticas, las guerras para dominar
mercados, los despojos llevados a cabo por los gobernantes o sus protegidos son
los títulos de la propiedad territorial, títulos sellados con la sangre y con
la esclavitud de la humanidad; y este monstruoso origen de un derecho absurdo,
porque se basa en el crimen, no es un obstáculo para que la ley llame sagrado
ese derecho, como que son los detentadores mismos de la tierra los que han
escrito la ley. La propiedad territorial se basa en el crimen, y, por lo mismo,
es una institución inmoral. Esta institución es la fuente de todos los males
que afligen al ser humano. El vicio, el crimen, la prostitución, el despotismo,
de ella nacen.
Para protegerla se hacen
necesarios el ejército, la judicatura, el parlamento, la policía, el presidio,
el cadalso, la iglesia, el gobierno y un enjambre de empleados y de zánganos,
siendo todos ellos mantenidos precisamente por los que no tienen un terrón para
reclinar la cabeza, por los que vinieron a la vida cuando la tierra estaba ya
repartida entre unos cuantos bandidos que se la apropiaron por la fuerza, o
entre los descendientes de esos bandidos, que han venido poseyéndola por el
llamado derecho de herencia.
La tierra es el elemento
principal del cual se extrae o se hace producir todo lo que es necesario para
la vida. De ella se extraen los metales útiles: carbón, piedra, arena, cal,
sales. Cultivándola, produce toda clase de frutos alimenticios y de lujo. Sus
praderas proporcionan alimento al ganado, mientras sus bosques brindan su
madera y las fuentes sus linfas generadoras de vida y de belleza. Y todo esto
pertenece a unos cuantos, hace felices a unos cuantos, da poder a unos cuantos,
cuando la naturaleza lo hizo para todo.
De esta tremenda
injusticia nacen todos los males que afligen a la especie humana al producir la
miseria. La miseria envilece, la miseria prostituye, la miseria empuja al
crimen, la miseria bestializa el rostro, el cuerpo y la inteligencia.
Degradadas, y, lo que es peor, sin conciencia de su vergüenza, pasan las
generaciones en medio de la abundancia y de la riqueza sin probar la felicidad
acaparada por unos pocos.
Al pertenecer la tierra a
unos cuantos, los que no la poseen tienen que alquilarse a los que la poseen
para siquiera tener en pie la piel y la osamenta. La humillación del salario o
el hambre: éste es el dilema con que la propiedad territorial recibe a cada
nuevo ser que viene a la vida; dilema de hierro que empuja a la humanidad a
ponerse ella misma las cadenas de la esclavitud, si no quiere perecer de hambre
o entregarse al crimen o a la prostitución.
Preguntad ahora por qué
oprime el gobierno, por qué roba o mata el hombre, por qué se prostituye la
mujer. Detrás de las rejas de esos pudrideros de carne y de espíritu que se
llaman presidios, miles de infortunados pagan con la tortura de su cuerpo y la
angustia de su espíritu las consecuencias de ese crimen elevado por la ley a la
categoría de derecho sagrado: la propiedad territorial.
En el envilecimiento de la
casa pública, miles de jóvenes mujeres prostituyen su cuerpo y estropean su
dignidad, sufriendo igualmente las consecuencias de la propiedad territorial.
En los asilos, en los hospicios, en las casas de expósitos, en los hospitales,
en todos los sombríos lugares donde se refugian la miseria, el desamparo y el
dolor humanos, sufren las consecuencias de la propiedad territorial hombres y
mujeres, ancianos y niños. Y presidiarios, mendigos, prostitutas, huérfanos y
enfermos levantan los ojos al cielo con la esperanza de encontrar más allá de
las estrellas que alcanzan a ver, la felicidad, la felicidad que aquí les roban
los dueños de la tierra.
Y el rebaño humano,
inconsciente de su derecho a la vida, torna a encorvar las espaldas trabajando
para otros esta tierra con que la naturaleza lo obsequió, perpetuando con su
sumisión el imperio de la injusticia. Pero de la masa esclava y enlodada surgen
los rebeldes; de un mar de espaldas emergen las cabezas de los primeros
revolucionarios. El rebaño tiembla presintiendo el castigo; la tiranía tiembla
presintiendo el ataque, y, rompiendo el silencio, un grito, que parece un
trueno, rueda sobre las espaldas y llega hasta los tronos: ¡Tierra!

Taciturnos esclavos de la
gleba, resignados peones del campo, dejad el arado. Los clarines de Acayucan y
Jiménez, de Palomas y las Vacas, de Viesca y Valladolid, os convocan a la
guerra para que toméis posesión de esa tierra, a la que dais vuestro sudor,
pero que os niega sus frutos porque habéis consentido con vuestra sumisión que
manos ociosas se apoderen de lo que os pertenece, de lo que pertenece a la
humanidad entera, de lo que no puede pertenecer a unos cuantos hombres, sino a
todos los hombres y a todas las mujeres que, por el solo hecho de vivir, tienen
derecho a aprovechar en común, por medio del trabajo, toda la riqueza que la
tierra es capaz de producir.
Esclavos, empuñad el
winchester. Trabajad la tierra cuando hayáis tomado posesión de ella. Trabajar
en estos momentos la tierra es remacharse la cadena, porque se produce más
riqueza para los amos y la riqueza es poder, la riqueza es fuerza, fuerza
física y fuerza moral, y los fuertes os tendrán siempre sujetos. Sed fuertes
vosotros, sed fuertes todos y ricos haciéndoos dueños de la tierra; pero para
eso necesitáis el fusil; compradlo, pedidlo prestado en último caso, y lanzaos
a la lucha gritando con todas vuestras fuerzas: ¡Tierra y Libertad!
Regeneración. 1o. de octubre de 1910. 
Texto Digitalizado Original de los archivos Magón.
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