Durruti y compañía, Primer asalto
a un banco en Chile
EL GRAN GOLPE TRAS AÑOS DE EXILIO EN SUDAMÉRICA
Buenaventura Durruti, anarquista español, llegó a Chile
en 1925. Mientras el país se encontraba en plena crisis política, Durruti
organizó un grupo de cinco hombres y cometió el primer robo a un Banco en nuestro país. Esa
fue una más de las anécdotas del hombre
que se haría famoso en la guerra Civil Española, al comandar la legendaria "columna de
Durruti". Y se convirtió, de paso,
en un hito de la historia criminal chilena.

LOS HOMBRES DE DURRUTI
En la sede de la IWW (Industrial Workers in the World),
en pleno centro de Santiago, los
dirigentes anarquistas Félix López y Pedro
Nolasco Arratía, este último, trabajador gráfico y
fundador de la Federación de obreros de imprenta, estaban viviendo su propia
película de vaqueros. Las noches anteriores habían departido con unos compañeros españoles que llegaron a Chile
huyendo de la persecución que ellos,
aguerridos anarquistas, sufrieron en Europa. López y Nolasco tuvieron mayor
contacto con dos de ellos: Buenaventura Durruti, que exudaba coraje y carisma,
y Francisco Ascaso, más bien serio y retraído. El resto del contingente estaba
compuesto por el hermano de Ascaso,
Alejandro; Gregorio Jover y Antonio Rodríguez, El Toto. Todos pertenecían al grupo Los
Solidarios, destacamento que había
emprendido un sinnúmero de acciones armadas y ajusticiamientos en la península ibérica. Esa fama tenía
omnibulados a sus pares chilenos,
quienes conocían, por ejemplo, el famoso y sanguinario asalto al Banco de Gijón, en 1923, y por el
que habían conseguido automático exilio en Francia y Bélgica. López y Nolasco
sabían que el paso por Chile era una
escala no prevista por los 5 anarquistas, pero a la que le sacarían el mayor provecho
posible. Ascaso y Durruti tenían una férrea doctrina de silencio y
trataban de hablarse a través de señas,
por lo que transmitieron escasamente sus planes a los 'compañeros' chilenos. Se podía decir que
su relación era de saludos y despedidas.
Durruti les había prometido que si los ayudaban con la logística, les confiarían parte del
botín para su organización. Una cosa
estaba clara, en el atraco actuarían sólo ellos. Y así lo hicieron.
Días antes, en la tarde del domingo 12, habían
intentado asaltar a los empleados del
Club Hípico que llevaban el dinero de las apuestas hacia la administración, ubicada en calle 21
de Mayo. Pero las cosas no salieron como
lo habían planificado, ya que los empleados se defendieron a balazos y el robo
de los hombres de Durruti fue abortado con rapidez. "Últimamente la
capital se ha visto invadida por un grupo de gentes de pésimos antecedentes que
viene huyendo de las policías extranjeras. Descubrimiento hecho hace poco días
de una banda de tenebrosos extranjeros
ha venido a confirmar plenamente esa suposición",
señalaba con asombro el diario Los Tiempos, el día lunes 13 de julio.
Tres días más tarde, sin embargo, no habría errores ni malas casualidades. Los cinco forasteros
habían decidido que el banco estaría en
la periferia de la ciudad y el más adecuado el Banco de Chile que prestaba servicios en el bullente
sector del matadero. El robo, entonces, sería allí.
EL HOMBRE DEL ANTIFAZ
Después de dejar el Hudson azul con placa patente 2525,
los hombres ingresaron con rapidez al
banco. Dentro del edificio la actividad era tranquila. Lo único que llamaba la atención
era la presencia de Urbano Villaseca, un
arriero que se encontraba recolectando dinero en favor de los calicheros del norte salitrero.
Había cuatro funcionarios en actividad y
tres en horario de colación cuando irrumpieron los asaltantes. Los hechos se
sucedieron rápido: Carlos Thompson,
cajero del lugar, contaba y empaquetaba monedas cuando el tipo de bigotes,
quien según testigos tenía "aspecto de abastero", saltó por sobre el mostrador e intentó
apoderarse de la caja. En un primer instante Thompson creyó que se trataba de
una broma de pésimo gusto, pero entendió
que todo era muy serio cuando el hombre del antifaz, apostado a un costado de las cajas y
con una Colt de 38 mm
en cada mano, lo apuntó directo en las
sienes y gritó:
-Señores, ¡arriba las manos!
Luego de este hecho, los demás bandidos saltaron por
sobre las rejas de bronce que
resguardaban al cajero, y fueron en busca de los
billetes. Thompson, hombre fuerte y bien alimentado,
cayó al suelo y desde aquel innoble
lugar dio la alarma. La acción del cajero impidió que los malhechores intentaran hacerse de la
bóveda mayor y tuvieron que contentarse
con el dinero de la caja. Luego sobrevino la fuga y su consiguiente persecución: los asaltantes
corrieron hasta el vehículo de alquiler
que habían abordado en el centro. En el trayecto dispararon varias veces al cielo para sembrar
el pánico entre la muchedumbre que
circulaba por San Diego, y lo consiguieron con efectividad. Detrás de ellos
venían tres funcionarios del banco. El segundo
cajero, Domingo Pérez, intentó seguir el auto, pero recibió un balazo en la mano izquierda que lo detuvo
en su intento. Alfredo Muñoz y Manuel
Moya fueron más lejos y, aprovechando un momento de confusión ocasionado por el
asombro del chofer, se aferraron de la parte posterior del vehículo en
movimiento. Allí se inició una intensa balacera por parte de la banda, quienes,
asomándose por la ventanilla trasera dispararon sus armas. Primero dieron con
Muñoz, quien recibió dos balazos, uno que se alojó en el cráneo y otro que
impactó en su rodilla derecha. Moya, en cambio, sólo recibió una contusión leve
al caer mientras el Hudson de color azul intentaba la fuga. En San Diego esquina Concepción el auto ya
corría solo y sin dificultades. Mientras tanto el auxiliar del Banco, Benjamín
Valdés, detuvo un auto de alquiler que se hallaba en las cercanías y, junto al
policía (Dragoneante en esa época), Miguel Mella, fueron tras los asaltantes.
Claro que sólo alcanzaron a seguirlos unos cuantos metros, pues el chofer del
carro se negó a seguir la persecución a causa de la lluvia de balas que
provenía del auto de los asaltantes. En San Diego, entre Victoria y Pedro
Lagos, les perdieron pisada definitivamente. Algunos testigos dijeron que el
auto dobló por Matta al oriente, aunque otros aseguraron que tomó la dirección
contraria hacia el Parque Ercilla. El
monto total del asalto bordeó los 50 mil pesos de la época. Con respecto a la
banda, la policía sólo llegó a dos conclusiones. Una: tenían "voces
extrañas que les daban el aspecto de argentinos o de españoles", como hizo
mención La Nación del viernes 17 de Julio. Y dos: en el suelo del local se
encontró el antifaz del jefe de la banda.
En la prensa se habló del nacimiento de una nueva etapa
en la criminología del país. El Mercurio editorializó de la siguiente manera:
"Está demostrando que Santiago no tiene hoy solo el peligro de los
bandidos que obran a la antigua, sino también de los que siguen los nuevos
sistemas terroríficos capaces de atemorizar a los hombres de más ánimo".
Los diarios llamaron a los asaltantes "Apaches", en alusión al nombre
con que los periodistas franceses caracterizaban a los hampones de París, y que
había sido tomado de un famoso tango del uruguayo Manuel Gregorio Arostegui,
"El Apache Argentino". Santiago de Chile, poniéndose al día con el
resto del mundo, había conocido a sus primeros "Apaches". Nadie sabía
que se trataba de Buenaventura Durruti, el anarquista más famoso de Europa.
SIEMPRE SEREMOS PRÓFUGOS
Después del asalto y aprovechando el alboroto que
causaron, el quinteto de asaltantes intentó dar el golpe maestro. El día sábado
18 asaltaron en la calle Seminario a un cajero de ferrocarriles con el fin de
adueñarse de las llaves de caudales del terminal Alameda. Por
desgracia para ellos, el cajero no llevaba las llaves
consigo, lo que frustró el asalto. La prensa estaba conmocionada, hablaba de
peligrosos asaltantes argentinos fugados recientemente de la cárcel de La
Plata, y que se habían coludido con hampones locales. Las
pulsaciones de la ciudad marcaban un ritmo frenético, y
cercano al pánico. Para aparentar agilidad y pericia, la justicia sometió a
proceso a Enrique Barscoj, el chofer que los condujo hasta el banco y luego
huyó con ellos bajo amenaza, pero que tuvieron la deferencia de cancelarle la
carrera. El juez instructor de la causa, Fernando Soro Barriga, solicitó a la
prensa que no siguiera endiosando a los hampones y que dejaran de lado la tesis
que hablaba de forajidos extranjeros.
Durante todo ese tiempo los cinco se hospedaron en un hotel de poca
monta en las cercanías de Avenida Matta. La dependienta recordó años después a
un grupo de "gente muy educada" y que hablaba todo el tiempo sobre
temas sociales. A principios de agosto,
y con toda calma, Durruti, Ascaso, Jover y los demás hombres abandonaban el
país. Primero se trasladaron a Los Andes y desde allí tomaron el Tren
Trasandino como pasajeros comunes y corrientes con destino a Argentina.
DE LOS PIRINEOS A LOS ANDES
En Argentina trataron de trabajar. Durruti intentó ser
un estibador, Ascaso quiso ser cocinero y Jover, un carpintero. Pero aquello
les duró poco. El 18 de enero de 1926 asaltaron el Banco San Martín. No dieron
con ellos y se creyeron a salvo. Pronto, sin embargo, se dieron cuenta que se
cerraba el cerco; había fotografías suyas en las estaciones de ferrocarril, en
trenes y tranvías. Era tiempo de escapar. Cruzaron a Montevideo. Ahí elaboraron
una estrategia que dejaba en claro que no se trataba de simples niños jugando a
los bandidos: compraron boletos de primera clase en el buque que los
trasladaría a Cherburgo, pero terminaron en las Islas Canarias.
Acababa así su travesía por América Latina. La posterior vida de Durruti y sus compañeros
se convirtió en vértigo: En 1926, en París, ideó un doble atentado contra el
Rey y Primo de Rivera, el que fracasó y provocó un nuevo exilio hasta 1931. En
1932 fue desplazado
al Sahara español. En 1933 y 1934 cayó sucesivamente
preso después tres intentos insurreccionales sin éxito. En febrero de 1936 el
izquierdista Frente Popular ganó las elecciones
españolas, con el apoyo a regañadientes de los anarquistas. El 18 de julio de
ese mismo
año, Francisco Franco dio un golpe militar y detonó la
Guerra Civil Española. Seis días después Durruti armó una milicia con más de
2.500 hombres para luchar contra los franquistas. Se bautizó como la
"Columna Durruti". En noviembre de ese año su columna se dirigió a
Madrid para defender la ciudad de Franco. El 20 de ese mes, sin embargo,
encontró la muerte, contando con 40 años de edad. En ese momento Buenaventura
Durruti dejó de ser historia y se convirtió en mito. Su cuerpo fue trasladado a
Barcelona donde se hicieron los funerales ante cerca de medio millón de
personas. Era el mismo hombre que 11
años antes, con un antifaz de cuero negro, había ocupado las portadas de los
diarios con un robo histórico, el del Banco de Chile, sucursal Matadero.
La Nación Por Vadim Vidal
Gracias por el articulo, interesante e instructivo. Uno de mis grandes héroes, Buenaventura Durruti.
ResponderEliminarGracias por el artículo. Te quería preguntar si tienes el periodico La Nación de ese día escaneado, lo puedes subir con mayor resolución o más grande. Salud.
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