
En 1911, Ricardo Mella participa en el
Primer Congreso de la CNT, representando a Asturias. De ahí que,
reconociendo su enorme aporte al ideario ácrata, hayamos agregado dos
textos más a nuestras lecturas por el Primero de Mayo: el primero es su
recordado libro “Los Mártires de Chicago”, dedicado a estudiar las causas y consecuencias de los acontecimiento de 1886, y, segundo, su artículo “Primero de Mayo”, que presenta una lectura muy actual de la forma en que se desenvuelven anualmente los primeros de mayo.
El texto que acá citamos, “La Lucha de
Clases”, es una visión crítica a dicha forma de entender las luchas
sociales, recalcando el lugar de la óptica libertaria y la dificultad
que significa situar al anarquismo dentro del escueto análisis de
“clase”: hay algo más allá de todo eso. En efecto, el texto concluye con
una claridad tajante:
Por eso nosotros, anarquistas, podemos y debemos decir: «La revolución que nosotros preconizamos va más allá del interés de tal o cual clase; quiere llegar a la liberación completa e integral de la humanidad, de todas las esclavitudes políticas, económicas y morales».Una refrescante lectura de un clásico del anarquismo. Una insistencia, a su vez, del pensamiento radical anarquista.
“La Lucha de Clases”, por Ricardo Mella.
No se puede sostener una razón en nuestros días que la contienda social se encierre en los términos de lucha de clases.
El socialismo
contemporáneo arranca, es cierto, de la afirmación rotunda de esa lucha,
y en el espíritu exclusivista de clase se amparaba y se ampara. Mas en
el correr del tiempo, la evolución de las ideas se ha cumplido y estamos
muy lejos de las murallas chinas que partían, por gala, en dos a la
sociedad humana.
A la hora presente, hay
más socialistas y anarquistas en la clase media modesta que en las
filas del proletariado. Los obreros, en general, permanecen
inconscientes de sus derechos, dormidos para las aspiraciones
emancipadoras, interesados a lo más por pequeñas y discutibles ventajas
de momento. Los militantes obreros del socialismo y del anarquismo son,
por lo regular, gentes escogidas por su ilustración, por sus gustos, por
su peculiar intelectualidad. Pero fuera de esa pequeñísima minoría, el
socialismo y el anarquismo tienen el núcleo principal y más numeroso de
sus adeptos en el mismo seno de la burguesía. La literatura social, el
libro y el folleto de propaganda, están hoy en todas las bibliotecas
modestas o suntuosas de la clase media, mientras faltan en la inmensa
mayoría de las casas obreras. A cuenta de nuestros tiempos puede
abonarse el éxito enorme de la literatura social en estos últimos años, y
ha sido precisamente la pequeña burguesía quien ha coronado con el más
brillante triunfo los esfuerzos del proselitismo.
En el terreno de los
intereses, las líneas fronterizas se borran cada vez más. Es difícil
señalar dónde acaba un particularismo y empieza otro. Las luchas
sociales agitan y suscitan una multitud de cuestiones imprevistas;
entrelazan y mezclan los más opuestos bandos, y provocan fuertemente
antagonismos inesperados, que cambian por completo la faz de las cosas.
Una simple huelga que comienza interesando únicamente a un oficio
cualquiera, conmueve a lo mejor la sociedad toda, generalizándose la
contienda; se dividen o se juntan las opiniones, se exasperan los
egoísmos, se exaltan las pasiones, y a veces, lo que proviene de una
insignificante diferencia de dinero o de tiempo, se trueca en profundo
problema de ética, que galvaniza y sacude fuertemente todas las energías
humanas.
Por otra parte, la
misma organización capitalista ha producido un cierto sedimento de
rebeldía fuera del campo societario y socialista. No sólo las ideas de
emancipación aprendidas en el libro, en el periódico o en el mitin, sino
también el anhelo, el vivo deseo, casi la voluntad firme de emanciparse
ha surgido entre la numerosa clase situada entre la espada del
obrerismo y la pared del capitalismo. Abogados, médicos, literatos,
artistas, ingenieros, pequeños industriales y comerciantes, todos los
que viven a la burguesa sin el dinero que posee la verdadera burguesía,
sienten el socialismo más vivamente que muchísimos obreros, y si bien no
se suman al movimiento de emancipación, si no militan en
las filas de la revolución, hacen más ellos por la difusión de las
ideas que la mayoría de los que se dejan llamar socialistas sin entender
una palabra del socialismo. Acaso el atavismo de clase pese sobre
ellos; pero indudable es también que del otro lado hay todavía parapetos
y reductos que no permiten penetrar en la fortaleza a quien no conozca
bien la contraseña. Acaso también sucede que la manera socialista
obrera, que tiene mucho de exclusivista, mucho de mecánica y mucho de
rebaño, no cuadra bien a gentes a quienes interesan más las cuestiones
de idealidad que el magno problema del pan. Porque de cualquier manera
que sea, y nos referimos ahora a la pequeña burguesía inteligente,
estudiosa y trabajadora, estos elementos sociales habituados al
individualismo ambiente, no se conforman de ningún modo con el régimen
de disciplina y ordenancista del socialismo autoritario, ni tampoco con
las osadías del anarquismo y riñe de frente con todo lo estatuido. Hay
una solución de continuidad que imposibilita por el momento la formación
de un gran núcleo social, pronto al asalto y a la batalla decisiva por
el provenir presentido.
En los mismos
movimientos obreros suele ocurrir que una huelga determinada despierta
grandes simpatías entre las clases medias, mientras la masa general de
los obreros la ve con indiferencia, o una parte de esa misma masa
traiciona a los luchadores.
Poco a poco va
infiltrándose en el socialismo, cualquiera que sea su manera, la
tendencia a los movimientos de interés general como la huelga de los
inquilinos, la fiscalización del peso del pan y de la calidad de los
alimentos, la resistencia y la fabricación de productos nocivos, etc.,
etc.
Todos estos hechos y
otros que pudiéramos señalar hacen patente el decaimiento del espíritu
de clase y nos muestran que el campo de lucha se ensancha por momentos. Y
es que a la postre, aun cuando el materialismo histórico sea
el punto de partida, aun cuando sea la seguridad del pan para todos la
gran cuestión de las cuestiones, toda contienda humana acaba
necesariamente en una cuestión de ética, de idealidad, por lo mismo que
acaso lo de menos para la mayoría de los hombres es la satisfacción de
las necesidades materiales.
Toda la cuestión
social, todo el sentido íntimo del socialismo, genéricamente hablando,
se reduce a esto: a asegurar a todos los hombres la vida material para
que puedan desenvolverse moral e intelectualmente de un modo tan libre
como indefinido. Representa así la más alta y la más noble de las
aspiraciones que haya podido formular la filosofía.
Por eso nosotros,
anarquistas, podemos y debemos decir: «La revolución que nosotros
preconizamos va más allá del interés de tal o cual clase; quiere llegar a
la liberación completa e integral de la humanidad, de todas las
esclavitudes políticas, económicas y morales».
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(*) Texto publicado originalmente en Tribuna Libre, núm. 3, Gijón, 8 de Mayo de 1909. Extraído de Ideario, Ricardo Mella.
por Grupo de Estudios José Domingo Gómez Rojas
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