Obreros, hermanos míos, ustedes para quienes trabajo con amor porque
representan la parte más viva, más numerosa y más útil de la humanidad, y por
ello encuentro mi propia satisfacción sirviendo su causa, les ruego
encarecidamente leer este capítulo con la mayor atención, ya que es preciso que
lo admitan, está en su propio interés material entender bien por qué siempre
menciono a las mujeres designándolas como: obreras o todas.
Para aquel cuya inteligencia está iluminada por los rayos del amor
divino, el amor de la humanidad, resulta fácil comprender la concatenación
lógica de las relaciones que existen entre las causas y los efectos. Para él,
toda la filosofía, toda la religión se resume a estas dos preguntas – la
primera – ¿cómo se puede y se debe amar a
Dios y servirlo para el bienestar universal de todos y todas en la
humanidad? – La segunda – ¿cómo se puede y debe amar
y tratar a la mujer para el bienestar universal de todos y todas en la
humanidad? Estas dos preguntas así planteadas son, a mi parecer, la
base sobre la cual debe descansar, con miras al orden natural, todo lo que
ocurre en el mundo moral y el mundo material (uno deriva del otro).
No creo que éste sea el lugar para contestar estas dos preguntas. – Más
tarde, si los obreros me manifiestan el deseo de que lo haga, muy gustosamente
trataré con ellos metafísica y filosóficamente las cuestiones del orden más
elevado. Pero por el momento basta hacernos estas dos preguntas,
tratándose de la declaración formal de un principio absoluto. Sin remontarnos
directamente a las causas, limitémonos a examinar los efectos.
Hasta la fecha, la mujer no ha contado para nada en las sociedades
humanas. – ¿Cual ha sido el resultado? – Que el sacerdote, el legislador, el
filósofo la han tratado como una verdadera paria. La mujer (es la mitad de la
humanidad) ha sido excluida de la iglesia, de la ley, de la sociedad.[3] Ella no tiene ninguna función en la
iglesia, ninguna representación ante la ley, ninguna función en el Estado. – El
sacerdote le ha dicho: Mujer, tú eres la tentación, el pecado, el mal;
representas la carne, es decir la corrupción, la podredumbre.
– Llora por tu condición, echa cenizas en tu cabeza, enciérrate en un
claustro y ahí, macera tu corazón, que está hecho para el amor, y tus entrañas
de mujer, que están hechas para la maternidad, y cuando hayas mutilado así tu
corazón y tu cuerpo – ofrécelos sangrientos y resecos a tu Dios para la
remisión del pecado original cometido por tu madre Eva. Luego, el legislador le
dijo: Mujer, por ti misma, no vales nada como miembro activo del cuerpo
humanitario; no puedes esperar encontrar un lugar en el banquete social. Si
quieres vivir, tienes que servir como anexo a tu señor y amo, el hombre.
Entonces, muchacha, obedecerás a tu padre, casada obedecerás a tu esposo, viuda
y anciana, ya no se te hará caso. Luego, el sabio filósofo le dijo: Mujer, ha
sido comprobado por la ciencia que por tu organización, eres inferior al
hombre.[4] – Ahora bien, no tienes inteligencia,
ni entendimiento de los temas más elevados, no eres consecuente no tienes
ninguna capacidad para las llamadas ciencias exactas, ninguna aptitud para el
trabajo serio – en fin, eres un ser de cuerpo y mente débil, pusilánime,
supersticioso; en una palabra, no eras más que una niña caprichosa, voluntaria,
frívola; durante 10 o 15 años de tu vida, eres una dulce muñequita, aunque
llena de vicios y defectos. – Por eso, Mujer, el hombre debe ser su amo y tener
plena autoridad sobre ti.[5]
He aquí cómo, desde los seis mil años que el mundo existe, los sabios
entre los sabios han juzgado tu raza mujer. Una condena tan
terrible, repetida a lo largo de seis mil años, no podía más que impresionar a
la multitud, ya que la sanción del tiempo tiene mucha autoridad sobre la
multitud. Sin embargo, lo que nos puede dar la esperanza de poder apelar de
este fallo es que de la misma manera, durante seis mil años, los sabios entre
los sabios han emitido un juicio no menos terrible sobre otra raza de la
humanidad: los PROLETARIOS. Antes del 89 ¿qué era un proletario en la sociedad
francesa? Un villano, un patán, que se usaba como
bestia de carga pechera y sujeta a prestación
personal. – Luego llega la revolución y de repente los sabios entre
los sabios proclaman que la plebe se llama pueblo, que
los villanos y los patanes se llaman ciudadanos.
Finalmente, en plena asamblea nacional proclaman los derechos del
hombre.[6]
El proletario, por su parte, pobre obrero visto hasta entonces como un bruto,
se sorprendió mucho al enterarse de que el olvido y el desprecio de sus
derechos eran la causa de las desdichas del mundo. Se sorprendió mucho al
enterarse de que iba a gozar de derechos civiles, políticos y
sociales y que por fin iba a ser igual a su antiguo
señor y amo. – Se sorprendió más aún cuando le dijeron que su cerebro era
exactamente de la misma calidad que el del príncipe real
hereditario. – ¡Qué cambio! Sin embargo, no tardamos en percatarnos que este
segundo juicio emitido sobre la raza proletaria era mucho más exacto que el
primero, ya que apenas se proclamó que los proletarios eran aptos para todo
tipo de funciones civiles, militares y sociales, empezaron a salir de sus filas
generales como Carlomagno, Enrique IV o Luís XVI nunca habían logrado reclutar
en su orgullosa y brillante nobleza.[7] Luego, como por arte de magia, de
las filas del proletariado surgió una multitud de sabios, artistas, poetas,
escritores, estadistas, financieros que le dieron a Francia un brillo que nunca
había tenido. – Entonces, la gloria militar empezó a cubrirla como con una
aureola; la enriquecieron los descubrimientos científicos, la embellecieron las
artes, se dio una inmensa expansión de su comercio y en menos de 30 años la
riqueza del país se triplicó. – La demostración por los hechos es terminante. –
Asimismo, hoy en día todos reconocen que los hombres nacen indistintamente con
facultades más o menos iguales, y que lo único que se debería hacer sería
procurar el desarrollo de todas las facultades individuales con miras al
bienestar general.
Lo que ocurrió con los proletarios es, hay que reconocerlo, de buen
augurio para las mujeres cuando haya llegado su 89. – Según un cálculo muy
sencillo, es evidente que la riqueza crecerá indefinidamente el día en que se
llame a las mujeres (la mitad del género humano) a aportar a la actividad
social con la suma de su inteligencia, fuerza y capacidad. – Esto es tan fácil
de entender como que 2 es el doble de 1. Pero, por
desgracia, aún no hemos llegado allí, y mientras llegue este dichoso 89, veamos
lo que ocurre en 1843.
Como la iglesia dijo que la mujer era pecado; el legislador, que por si
misma no era nada, que no debía gozar de ningún derecho; el sabio filósofo, que
por su organización no tenía inteligencia, se ha llegado a la conclusión de que
era un pobre ser desheredado por Dios, y los hombres y la sociedad la han
tratado en consecuencia.
No conozco nada más potente como la lógica forzada, inevitable, que
deriva de un principio planteado o de la hipótesis que lo representa. – Una vez
proclamada la inferioridad de la mujer y planteada como principio, vean las
desastrosas consecuencias que resultan de ello para el bienestar
universal de todos y todas en la humanidad.
Creyendo que la mujer, por su organización, carecía de fuerza,
inteligencia, capacidad y era inepta para trabajos serios y útiles, se llegó
muy lógicamente a la conclusión que era una pérdida de tiempo darle una
educación racional, sólida, rigurosa, capaz de convertirla en un miembro útil
de la sociedad. Así se la ha educado para ser una dulce muñequita y una esclava
destinada a entretener y servir a su amo. A decir verdad, de vez en cuando,
algunos hombres dotados de inteligencia, de sensibilidad, sufriendo por sus
madres, sus mujeres, sus hijas, han clamado contra la barbarie y lo absurdo de
semejante orden de cosas y protestado enérgicamente contra una condena tan
inicua.[8] – En muchas ocasiones, la sociedad se
ha conmovido por un momento, pero dejándose llevar por la lógica, respondió:
¡Bueno! Supongamos que las mujeres no son lo que tus sabios han creído;
supongamos incluso que tengan una gran fortaleza moral y una gran inteligencia;
entonces en este caso ¿de qué serviría desarrollar sus facultades, ya que no
lograrían emplearlas útilmente en esta sociedad que las
rechaza? – ¡Qué suplicio más atroz sentir en sí la fuerza y el poder de acción
y verse condenado a la inacción!
Este razonamiento era de una verdad irrefragable. Entonces, todo el
mundo repetía: ¡Es cierto! Las mujeres sufrirían demasiado si se desarrollaran
las bellas facultades de las que Dios las ha dotado, si desde su infancia se
las elevara de manera que entendiesen bien su dignidad de ser y tuviesen
conciencia de su valor como miembros de la sociedad. Nunca jamás podrían
soportar la condición envilecedora que la iglesia, la ley y los prejuicios les
han impuesto. Más vale tratarlas como niñas y mantenerlas en la ignorancia
acerca de sí mismas; así sufrirán menos.
Estén atentos y verán la tremenda perturbación que resulta únicamente de
la aceptación de un falso principio.
Como no quiero salirme de mi tema, aunque ahora sería una buena ocasión
de hablar en términos generales, entro a mi marco: la clase obrera.
En la vida de los obreros, la mujer lo es todo. Es su única providencia.
Así dicen: Es la mujer que hace o deshace la casa. Y esto es la pura
verdad: por eso se convirtió en proverbio. Sin embargo ¿qué educación, qué
instrucción, qué dirección, qué desarrollo moral o físico recibe la mujer del
pueblo? – Ninguno – De niña, queda a la merced de una madre y una abuela que
tampoco han recibido educación. La una será, según su naturaleza, brutal y
malvada, y la maltratará sin motivo; la otra será débil, despreocupada, y la
dejará hacer su santa voluntad (Aquí como en todo lo que afirmo, hablo en
términos generales; admito por supuesto que existen numerosas excepciones). La
pobre niña se criará en medio de las más chocantes contradicciones, un día,
irritada por los golpes y maltratos injustos, el día siguiente, ablandada, viciada
por mimos no menos perniciosos.
En lugar de mandarla a la escuela,[9] se la mantendrá en la casa antes que
a sus hermanos, ya que es más útil en el hogar, sea para mecer a los niños,
hacer las compras, cuidar la sopa, etc. – A los 12 años, se la coloca de
aprendiz. Ahí sigue siendo explotada por su ama y muchas veces tan maltratada
como en la casa de sus padres.
No hay nada que agrie el carácter, que endurezca el corazón, que
envilezca el espíritu tanto como el sufrimiento continuo que siente un niño a
consecuencia de un trato injusto y brutal. – Primero, la injusticia nos
lastima, nos aflige, nos desespera; luego, al prolongarse, nos irrita, nos
exaspera, y pensando únicamente en la manera de vengarnos, terminamos siendo
también duros, injustos, malvados. – Tal será la condición normal de la pobre
muchacha a los 20 años. – Entonces, se casará, sin amor, sólo porque hay que
casarse si una quiere sustraerse a la tiranía de sus padres. ¿Qué pasará
entonces? Supongo que tendrá hijos; a su vez, será totalmente incapaz de criar
bien a sus hijos e hijas; será con ellos tan brutal como su madre y su abuela
lo han sido con ella.[10]
Mujeres de la clase obrera, les ruego que entiendan que al hablar aquí
de su ignorancia e incapacidad de criar a sus hijos, no tengo la menor
intención de formular acusación alguna contra ustedes y su naturaleza. No, es a
la sociedad a la que acuso de mantenerlas incultas a ustedes, mujeres, ustedes
madres, que tanto necesitarían ser instruidas y desarrolladas para que a su vez
puedan instruir y desarrollar a los hombres y niños que están bajo sus
cuidados.
Las mujeres del pueblo, en general, son brutales, malvadas, a veces
duras. – Es cierto, pero ¿de dónde viene este estado de cosas tan poco
conforme con la naturaleza dulce, buena, sensible y generosa de la mujer?
¡Pobres obreras! ¡Tienen tantos motivos para irritarse! En primer lugar,
el marido. – (Hay que reconocer que existen pocos hogares obreros felices).
Teniendo el marido mayor instrucción, siendo el jefe por ley, y
también por el dinero que trae al hogar,[11] se cree (y lo es de hecho) muy
superior a la mujer, quien no aporta más que el pequeño sueldo de su jornada, y
en la casa no es más que la más humilde sirvienta.
Resultado de ello es que el marido trata a su mujer, como mínimo con
profundo desprecio. La pobre mujer, que se siente humillada en cada palabra,
cada mirada que le dirige su marido, se rebela abierta o sordamente, según su
carácter; de ahí surgen escenas violentas, dolorosas que terminan creando entre
el amo y la sirvienta (incluso se puede decir
la esclava, ya que la mujer es, por así decirlo, la propiedad del marido)
un estado constante de irritación. – Este estado llega a ser tan penoso
que el marido, en lugar de quedarse en casa a conversar con su mujer, se apresura
a huir, y como no tiene ningún otro lugar adonde ir, se va a la taberna a tomar
vino azul con otros maridos tan infelices como él con la esperanza de marearse.[12]
Este medio de entretenimiento agrava el mal. – La mujer que espera el
pago del domingo para sustentar a toda su familia durante la semana se
desespera al ver que su marido gasta la mayor parte en la taberna. Entonces su
irritación llega al colmo y aumenta su brutalidad, su maldad. Hay que haber
visto de cerca estos hogares obreros (sobre todo los malos) para hacerse una
idea de la infelicidad del marido y el sufrimiento de la mujer. De los
reproches, de las injurias se pasa a los golpes y luego al llanto, al
desaliento y a la desesperanza.[13]
Después de las agudas penas causadas por el marido, vienen las preñeces,
las enfermedades, la falta de trabajo y la miseria, la miseria que siempre
sigue allí plantada en la puerta cual cabeza de Medusa. – A todo ello se suma
esa incesante irritación causada por sus cuatro o cinco hijos chillones,
turbulentos, aburridos, que dan vueltas alrededor de su madre, en una pequeña
habitación de obrero donde no hay espacio para moverse. Habría que ser un
ángel que bajó a la tierra para no irritarse, para no llegar a ser brutal
y malvada estando en semejante posición. Sin embargo, en un hogar así ¿qué es
de los niños? Sólo ven a su padre el sábado y el domingo. Este padre, siempre
irritado o ebrio, sólo les habla con cólera y de él no reciben más que injurias
y golpes; oyendo las continuas quejas de su madre hacia él, le tienen odio,
desprecio. – En cuanto a su madre, la temen, le obedecen, pero no la quieren;
ya que el hombre está hecho de tal manera que no puede amar a quienes lo
maltratan. ¿Y no es ya una gran desdicha para un niño no poder amar a su madre?
Si se siente triste ¿en el pecho de quién irá a llorar? Si por descuido, por
impulso, comete algún error grave ¿a quién podrá confiarse? Al no tener ningún
incentivo para estar cerca de su madre, el niño buscará todos los pretextos
para alejarse de la casa materna. Es fácil hacerse de malas compañías, tanto
para las muchachas como para los muchachos. Del callejeo se pasa al vagabundeo,
y a menudo del vagabundeo al robo.
Entre las infelices que llenan los prostíbulos y los infelices que se
lamentan en el presidio ¿cuántos pueden decir: “Si hubiéramos tenido una madre capaz
de criarnos, seguramente no estaríamos aquí.”?
Repito, la mujer lo es todo en la vida del obrero: como madre, tiene
influencia sobre él durante su infancia; de ella y únicamente de ella es que
aprende las primeras nociones de esa ciencia tan importante de adquirir, la
ciencia de la vida, la que nos enseña a vivir decentemente para nosotros mismos
y para los destinos, según el medio en el que el destino nos ha colocado.[14] Como amante, tiene influencia sobre
él durante su juventud, y ¡qué influencia más potente puede ejercer una bella y
amada muchacha! Como esposa, tiene influencia sobre él durante las tres cuartas
partes de su vida. – Finalmente, como hija, tiene influencia sobre él en su
vejez. Ahora, la posición del obrero es totalmente distinta a la del
ocioso. – Si el hijo del rico tiene una madre incapaz de criarle, se lo
mete en un internado o se le da una institutriz. – Si el joven rico no tiene
amante, puede ocupar su corazón e imaginación en el estudio de las bellas artes
o la ciencia. – Si el hombre rico no tiene esposa, no deja de encontrar
distracciones en el mundo. – Si el anciano rico no tiene hija, encuentra a unos
viejos amigos o jóvenes sobrinos que gustosamente aceptarán ir a jugar una
partida de bostón, mientras que para el obrero, a quien le están vedados estos
placeres, el único gozo, el único consuelo es la compañía de las mujeres de su
familia, sus compañeras de infortunio. Resulta de esta posición que sería
de la más alta importancia para la mejora intelectual, moral y material de la
clase obrera que las mujeres del pueblo pudiesen recibir desde su infancia una
educación racional, sólida, que les permita desarrollar todas las buenas
inclinaciones que hay en ellas, para que puedan llegar a ser obreras hábiles en
su oficio, buenas madres de familia capaces de criar y guiar a sus hijos, y ser
para ellos, como dice La Presse, repetidores naturales y
gratuitas de las lecciones de la escuela, y para que puedan servir también
de agentes moralizadores para los hombres sobre quienes tienen acción desde que
nacen hasta que mueren.
¿Están empezando a entender ustedes, hombres, que arman un escándalo
antes de querer preguntarse por qué yo reclamo derechos para la mujer?
¿Por qué quisiera que se la ponga en la sociedad en un pie de igualdad
absoluta con el hombre y que goce de la misma en virtud del derecho
legal que todo ser lleva naciendo?
Reclamo derechos para la mujer porque estoy convencida de que todas
las desgracias de este mundo provienen de este olvido y desprecio que se ha
hecho hasta ahora de los derechos naturales e imprescriptibles del ser mujer.
– Reclamo derechos para la mujer porque es la única manera para que se
atienda su educacióny porque de la educación de la mujer depende la del
hombre en general y en particular la del hombre del pueblo. Reclamo
derechos para la mujer porque es la única manera de lograr su rehabilitación
ante la iglesia, ante la ley y ante la sociedad, y porque es necesaria esa
rehabilitación previa para que los mismos obreros sean
rehabilitados. – Todos los males de la clase obrera se resumen en
estas dos palabras: Miseria e ignorancia, ignorancia y miseria. – Ahora
bien, para salir de ese dédalo no veo más que una sola manera: comenzar
por instruir a las mujeres, porque las mujeres son encargadas de criar a los
niños, machos y hembras.
Obreros, en el estado actual de las cosas, ustedes saben lo que está
pasando en sus hogares. Usted, hombre, el amo que tiene derecho sobre
la mujer ¿está viviendo con ella con el corazón contento? ¿Está feliz?
No, no. Es fácil ver que pese a su derecho, usted no está ni contento ni
feliz.
Entre el amo y la esclava no puede haber más que el cansancio del peso
de la cadena que los une el uno a la otra. – Ahí donde se hace sentir la
ausencia de libertad, no podría existir la felicidad.
Los hombres se quejan sin cesar del genio áspero, del carácter
astuto y sordamente mezquino que manifiesta la mujer en casi todas sus relaciones
– ¡Oh! yo tendría muy mala opinión de la raza mujer si en el
estado de abyección en el que la ley y las costumbres la han colocado, las
mujeres se sometiesen al yugo que pesa sobre ellas sin proferir ni un murmullo.
– Gracias a Dios, no es así. Su protesta, y eso desde el inicio de los tiempos,
siempre ha sido incesante. Pero desde la declaración de los derechos
del hombre, acto solemne que proclamaba el olvido y el desprecio
que los nuevos hombres hacían de ellas, su protesta ha adquirido carácter
de energía y violencia, que comprueba que la exasperación de la esclava ya
llegó al colmo.[15]
Obreros, ustedes que tienen sentido común y con quienes se puede razonar
porque no tienen, como dice Fourier, la mente repleta de un montón de sistemas,
¿pueden suponer un instante que la mujer es igual al hombre en derechos?
Entonces ¿que resultaría de ello?
1° Que desde el instante en que ya no habría que temer las consecuencias
peligrosas que acarrea necesariamente, en el estado actual de su servidumbre,
el desarrollo físico y moral de las facultades de la mujer, se la instruiría
con mucho cuidado para sacar de su inteligencia y trabajo el mejor
partido posible; – 2° Que ustedes, hombres del pueblo, tendrían
como madres a hábiles obreras, ganando buenos jornales, instruidas, bien
educadas y muy capaces de instruirlos, de educarlos bien a todos ustedes,
obreros, como se debe educar a hombres libres; – 3° Que tendrían como hermanas,
como amantes, como esposas, como amigas a mujeres instruidas, bien educadas,
cuyo trato cotidiano sería para ustedes de lo más grato; pues nada es más
dulce, más suave para el corazón del hombre que la conversación de las mujeres
cuando son instruidas, buenas y hablan con sentido y benevolencia.
Hemos dado una mirada rápida a lo que pasa actualmente en los hogares
obreros; veamos ahora lo que pasaría en estos mismos hogares si la mujer
tuviera igualdad con el hombre.
El marido, sabiendo que su mujer tiene derechos iguales a los
suyos ya no la trataría con el desdén, el desprecio que se
muestra a los inferiores; al contrario, la trataría con ese respeto, esa
deferencia que se concede a los iguales. Entonces no más motivo de irritación
para la mujer y, una vez destruida la causa de la irritación, la mujer ya no se
mostrará brutal ni astuta ni áspera ni colérica ni exasperada ni mezquina. – Al
no ser ya considerada en la casa como la sirvienta del marido sino
como la socia, la amiga, la compañera del
hombre, naturalmente se interesará por la asociación y hará todo lo posible
para que fructifique el hogarcito. – Contando con conocimientos teóricos y
prácticos, empleará toda su inteligencia para llevar su casa con orden,
economía y entendimiento. – Instruida y conociendo la utilidad de la
instrucción, pondrá toda su ambición en educar bien a sus hijos, los instruirá
ella misma con amor, vigilará sus tareas escolares, los colocará de aprendiz
con buenos patrones; en fin los dirigirá en todo con solicitud, ternura y
discernimiento. – ¡Cuál será entonces la alegría de corazón, la seguridad de
espíritu, la felicidad del alma del hombre, el obrero que posea una mujer así!
– Al encontrar en su mujer inteligencia, sentido común, altas miras, podrá
hablar con ella de temas serios, comunicarle sus proyectos y, junto con ella,
trabajar en los medios para mejorar aún más su posición. – Halagada por
su confianza, ella lo ayudará en sus empresas y negocios, sea con sus buenos
consejos o con su actividad – El obrero, al ser él mismo instruido y bien
educado, se deleitará mucho instruyendo y desarrollando a sus jóvenes hijos. –
Los obreros, en general, tienen muy buen corazón, les gustan mucho los niños.
¡Con qué valor se la pasará ese hombre trabajando toda la semana sabiendo que
debe pasar el domingo en compañía de su mujer, que amará, de sus dos hijitas
traviesas, cariñosas, juguetonas, de sus dos hijos ya instruidos y que pueden
hablar con su padre de temas serios! ¡Con qué ardor trabajará ese padre para
ganar algunos céntimos más que su sueldo regular, para poder regalar un bonito
gorro a sus hijitas, y a sus hijos un libro, un grabado o cualquier otra cosa
que les agrade! ¡Con cuántos arrebatos de alegría se recibirían estos regalos!
Y ¡qué felicidad para la madre ver ese amor recíproco entre el padre y
los hijos! Queda claro que, cumpliéndose este supuesto, la vida matrimonial, la
vida familial sería para el obrero de lo más deseable. – Estando bien en su
casa, feliz y satisfecho en compañía de su buena madre, su joven mujer y sus hijos,
no se le ocurriría dejar su casa para ir a divertirse en la
taberna, lugar de perdición donde el obrero pierde su tiempo, su dinero, su
salud y entorpece su inteligencia. – Con la mitad de lo que un borracho gasta
en la taberna, una familia entera de obreros que vive unida podría, en verano,
ir a almorzar al campo. La gente que sabe vivir sobriamente necesita tan poco.
– Ahí los niños, respirando aire puro, estarán felices de correr con el padre y
la madre, que se harán niños para entretenerlos; y en la noche, la familia, con
el corazón contento, los miembros algo descansados del trabajo de la semana,
regresará a su hogar muy satisfecha de su día. – En invierno, la
familia irá al concierto. – Estas diversiones tienen una doble ventaja, instruyen
a los niños entreteniéndolos. Durante un día en el campo, una noche en el
teatro, cuántos temas de estudio puede encontrar una madre inteligente para
instruir a sus hijos.
En las condiciones que acabo de esbozar, el hogar, en lugar de ser causa
de ruina, sería al contrario causa de bienestar. ¿Quién no sabe cuánto el amor
y la alegría del corazón triplica, cuadriplica las fuerzas del hombre? Lo hemos
visto a través de algunos escasos ejemplos. Ha ocurrido que un obrero que adora
a su familia y se propone educar a sus hijos haga, para lograr esta noble meta,
el trabajo que tres hombres no casados no habrían podido hacer. Luego viene el
tema de las privaciones. Los solteros gastan ampliamente, no se privan de nada.
Qué importa, dicen, si después de todo, podemos tomar y vivir alegremente, ya
que no tenemos a nadie que alimentar. Mientras que el hombre casado que ama a
su familia encuentra satisfacción privándose y vive con una frugalidad
ejemplar.
Obreros, este pequeño cuadro apenas esbozado de la posición de la que gozaría
la clase proletaria si se le reconociera a la mujer la igualdad con el
hombre debe darles materia para reflexionar sobre el mal que
existey el bien que podría ser. – Tiene que llevarles a tomar
una gran determinación.
Obreros, ustedes no tienen el poder de abrogar las antiguas leyes y
hacer otras nuevas – no, de eso no hay duda – pero tienen el poder de protestar
contra la inequidad y lo absurdo de las leyes que estorban el progreso de la
humanidad y les hacen sufrir a ustedes en particular. – Entonces
pueden, incluso es un deber sagrado, protestar enérgicamente con pensamientos,
con palabras y con escritos contra todas las leyes que les oprimen. – Ahora
bien, procuren entender bien lo siguiente: – La ley que esclaviza a las
mujeres y las priva de instrucción les oprime a ustedes,
hombres proletarios.
Para educarlo, instruirlo y enseñarle la ciencia del mundo, el hijo del
rico tiene ayas, maestras sabias, directoras hábiles y,
finalmente, bellas marquesas, mujeres elegantes, inteligentes,
cuyas funciones en la alta sociedad consisten en educar a los
niños bien que salen del colegio. – Es una función muy útil para esos señores
de la alta nobleza. – Esas damas les enseñan a tener cortesía, tacto, finura,
soltura mental, buenos modales; en una palabra, hacen de ellos hombres
que saben vivir, hombres como Dios manda. – Por poco que un
muchacho tenga capacidad, si tiene la dicha de estar bajo la protección de una
de esas amables mujeres, tiene la fortuna asegurada. – A los
treinta y cinco años, seguro será embajador o ministro. – Mientras ustedes,
pobres obreros, para educarlos, instruirlos, tan sólo cuentan con su madre;
para hacer de ustedes hombres que sepan vivir, sólo cuentan con las
mujeres de su clase, sus compañeras de ignorancia y miseria.[16]
Por lo tanto, no es en nombre de la superioridad de la mujer (de
lo que seguro me van a acusar) que les digo que reclamen derechos para la
mujer: no realmente. – En primer lugar, antes de discutir sobre su
superioridad, es preciso que se reconozca su individuo social.
– Me apoyo en una base más sólida. – Es en nombre del interés de
ustedes, hombres; es en nombre del mejoramiento de ustedes,
hombres; finalmente, es en nombre del bienestar universal de todos y
todas que les invito a reclamar derechos para la mujer, y mientras
tanto, reconocérselos, cuando menos en principio.
Pues bien, a ustedes, obreros, que son las víctimas de la
desigualdad de hecho, a ustedes corresponde establecer por fin en la tierra
el reino de la justicia y la igualdad absoluta entre la mujer
y el hombre.
Den un gran ejemplo al mundo, ejemplo que demostrará a sus opresores que
ustedes quieren triunfar por el derecho, y no por la fuerza brutal;
ustedes, sin embargo, 7, 10, 15 millones de proletarios que podrían emplear esa
fuerza brutal.
Mientras reclaman la justicia para ustedes, demuestren que ustedes son
justos, equitativos; proclamen ustedes, hombres fuertes, hombres de brazos
desnudos, que reconocen a la mujer como a su igual, y que por
esta razón, le reconocen un derecho igual a los beneficios de
la UNIÓN UNIVERSAL DE LOS OBREROS Y OBRERAS.
Obreros, quizás dentro de tres o cuatro años, ustedes tengan su primer
palacio propio, listo para recibir 600 ancianos y 600 niños. – Pues bien,
proclamen a través de sus estatutos, que se convertirán en SU CARTA, proclamen
los derechos de la mujer a la igualdad. Que quede escrito en
SU CARTA que se admitirá en los palacios de la UNION OBRERA para que reciban
educación intelectual y profesional un número igual de
MUCHACHAS y MUCHACHOS.
Obreros, en el 91, sus padres proclamaron la inmortal declaración de los
DERECHOS DEL HOMBRE, y es gracias a esta declaración solemne que ustedes son
hoy hombres libres e iguales en derecho ante la ley.
– Honor a sus padres por esta gran obra. – Pero, proletarios, les queda a
ustedes, hombres de 1843, una obra no menos importante que realizar. – A
su vez, emancipen a las últimas esclavas que aún quedan en la
sociedad francesa; proclamen los DERECHOS DE LA MUJER, y en los mismos
términos en los que sus padres proclamaron los suyos, digan:
“Nosotros, proletarios franceses, después de cincuenta y tres años de
experiencia, reconocemos estar debidamente informados y convencidos de que
el olvido y el desprecio que se ha hecho de los derechos naturales de la mujer
son las únicas causas de las desgracias del mundo, y hemos resuelto exponer en
una declaración solemne inscrita en nuestra carta sus derechos sagrados e
inalienables. Queremos que las mujeres sean informadas de nuestra carta para
que ya no se dejen oprimir y envilecer por la tiranía del hombre, y que los
hombres respeten en las mujeres, sus madres, la libertad y la igualdad de la
que ellos mismos gozan.”
1º Debiendo ser la finalidad de la sociedad la felicidad común del
hombre y la mujer, LA
UNIÓN OBRERAgarantiza al hombre y a la mujer el goce de sus derechos de
obreros y obreras.
2º Dichos derechos son: la igualdad de admisión en los PALACIOS DE LA UNIÓN OBRERA, sea como
niños, heridos o ancianos.
3º Para nosotros, siendo la mujer la igual del hombre, queda claro que
las muchachas recibirán, aunque de forma distinta, una instrucción tan
racional, tan sólida, tan extensa en ciencia moral y profesional que los
muchachos.
4º En cuanto a los heridos y ancianos, el trato en todo será el mismo
para las mujeres y los hombres.
Obreros, pueden estar seguros de que si tiene la suficiente
equidad y justicia como para inscribir en su Carta las pocas líneas
que acabo de bosquejar, esta declaración de los derechos de la mujer pasará a
ser costumbre; de costumbre se convertirá en ley y antes que pasen veinticinco
años, encabezará el libro de leyes que regirá la sociedad francesa la siguiente
inscripción – IGUALDAD ABSOLUTA del hombre y la mujer.
Entonces, hermanos, y sólo entonces quedará CONSTITUIDA la UNIDAD
HUMANA.
Hijos del 89, he aquí la obra que les han legado sus padres.
[1] Flora Tristán es la más importante
feminista socialista de primera generación, siendo su pensamiento equiparable
al de Olimpia de Gouges y Mary Woolstonecraft en el ámbito del feminismo
liberal. Francesa peruana, nacida el 7 de abril de 1803 de Marino Tristán y
Moscoso, coronel peruano de la armada española, y de la francesa Anne
Laisney. Durante los primeros años de su vida, Flora creció en un hogar
concurrido por visitas del nivel de Simón Bolívar y su maestro Simón Rodríguez.
La muerte de su padre cuando Flora sólo tenía 4 años sume a la familia en la
pobreza. El estado francés revolucionario no reconoce a la viuda ni a los
hijos, negándoles cualquier pensión o derecho. Por este motivo, Flora comienza
a trabajar como obrera en un taller de litografía. A los 17 años, se casa con
el propietario de ésta, André Chazal, con quien tiene tres hijos, una de ellos,
Aline, será la madre del pintor Paul Gauguin. Decepcionada del matrimonio,
decide no utilizar nunca más un corsé (que constriñe el cuerpo de las mujeres
como la moral constriñe sus ideas) y va a trabajar como criada de una familia
inglesa. Se inicia entonces una lucha legal por el divorcio y la custodia de
los hijos, que dura 12 años. Sus amargas vivencias despiertan en ella un
pensamiento y una actitud revolucionaria que la convierte en la precursora de
la corriente socialista del movimiento feminista. Viaja por varios países donde
realiza trabajos de toda clase, es en este momento cuando toma conciencia de su
condición de “paria”. En 1833 se embarca con sus hijos para el Perú con
el fin de reclamar la herencia de su padre que le corresponde (solamente
consigue de su tío una pensión mensual); en el país andino, asiste a la guerra
civil y se percata de la gran diferencia y discriminación existente entre sus
distintas clases socio-raciales. Flora entonces se convierte en defensora
declarada de los derechos y libertades de las mestizas, de la clase obrera y de
la mujer. Las persecuciones de su marido continúan, hasta el punto que en
septiembre de 1838 éste le dispara, dejándola mal herida. Finalmente Chazal es
condenado y ella consigue liberarse de él. A raíz de un viaje a Londres, donde
Flora consigue penetrar en la cámara de los lores disfrazada de hombre, y donde
entra en contacto con los obreros que malviven en una sociedad que les da la
espalda, decide dedicar sus esfuerzos a la política obrera: antes de empezar a
gestarse las ideas de Marx y Engels, Flora ya afirmaba que los obreros y las
obreras deben permanecer unidos por encima de las diferencias nacionales porque
los estados son fuerzas burguesas. En 1844 fallece víctima del tifus con solo
41 años, dejando plasmadas sus ideas y sus vivencias en una obra prolífica,
donde destacan Peregrinaciones de
una paria (1833), Paseos en Paris, A los obreros y las obreras (1843), Por qué menciono a las mujeres (1843), Los obreros de las fábricas
(1840), Mujeres públicas(1840), Las mujeres inglesas (1840).
Igualmente se ha publicado Selección
de Cartas, una recopilación de cartas del Libertador Simón Bolívar. Fue
una ardiente defensora del derecho de las mujeres al divorcio y escribió muchos
artículos acerca de este tema.
[2] Flora Tristán, « Le Pourquoi je
mentionne les femmes », Chapitre III, L’Union Ouvrière, Deuxième édition, Paris, Chez tous
les libraires, 1844, p. 43-71.
[3] Aristóteles, menos tierno que Platón,
hacía sin resolverla esta pregunta: ¿Tienen un alma las mujeres? Pregunta que
el Concilio de Macon se dignó en zanjar a su favor con una mayoría de tres
votos (La Phalange, 21 de agosto de 1842). Así, con tres votos menos se
reconocía que la mujer pertenecía al reino de las bestias brutas, y por lo tanto el hombre, el amo, el señor
¡se habría visto obligado a
convivir con la bestia bruta! ¡Este pensamiento es estremecedor y
paraliza de horror ! Además, como son las cosas, debe ser profundamente
doloroso para los sabios entre
los sabios pensar que descienden de la raza mujer. – Porque si están realmente convencidos
que la mujer es tan estúpida como lo pretenden, qué vergüenza para ellos el
haber sido concebidos en los costados de semejante criatura, chupado su leche y
dependido de ella durante una gran parte de su vida. Pero es muy probable
que si estos sabios hubiesen podido excluir a la mujer de la naturaleza, como
la excluyeron de la iglesia, de la ley y de la sociedad, se habrían ahorrado la
vergüenza de descender de una mujer. Pero, por fortuna, por encima de la
sabiduría de los sabios está la ley de Dios.
Todos los
profetas, con la excepción de Jesús, han tratado a la mujer con una inequidad,
un desprecio y una dureza inexplicables. Moisés hace decir a su Dios :
“16. A la
mujer dijo: Multiplicaré en gran manera los dolores en tus preñeces, con dolor
darás a luz los hijos y tu deseo será para tu marido y él se enseñoreará de
ti.” (Genesis, Cap. III)
El autor del
Eclesiastés había llevado el orgullo del sexo hasta decir: Más vale un hombre
vicioso que una mujer virtuosa.
Mahoma dice en
nombre de su Dios:
“Los hombres
tienen autoridad sobre las mujeres en virtud de la preferencia que Dios ha dado
a los hombres sobre las mujeres y de los bienes que gastan en ellas. ¡Amonesten
a aquéllas de quienes tengan temor que puedan rebelárseles, déjenlas solas en
el lecho, y péguenles! Si les obedecen, no se metan más con ellas.” (Corán,
cap. IV, 38.)
Las Leyes de
Manu dicen :
“Durante la
infancia, una mujer debe depender de su padre; durante su juventud, depende de
su marido, si ha muerto su marido, de sus hijos; si no tiene hijos, de los
próximos parientes de su marido o en su defecto de los de su padre; si no tiene
parientes paternos, del soberano. Una mujer no debe nunca gobernarse a su
antojo.”
He aquí lo más
curioso: “Debe estar siempre de buen humor.”
215. La mujer
no puede comparecer en juicio sin licencia de su marido, aunque tuviera negocio
propio y no común, o estuviera separada de bienes.
37. Los
testigos que intervengan en las actas del estado civil sólo podrán ser de sexo
masculino (Código civil)
Uno (el
hombre) debe ser activo y fuerte, el otro (la mujer) pasivo y débil.
(Jean-Jacques Rousseau, Emilio)
Esta fórmula
se encuentra reproducida en el código:
213. El marido
debe protección a su mujer, la mujer obediencia a su marido.
[4] La mayoría de los sabios, ya sean
naturalistas, médicos o filósofos han llegado a la conclusión más o menos
explícita de que la mujer era intelectualmente inferior.
[5] La mujer fue creada para el hombre
(San Pablo).
[6] “El pueblo francés, convencido de
que el olvido y el desprecio de
los derechos naturales del hombre son las únicas causas de los problemas
del mundo, ha resuelto exponer, en una declaración solemne, sus derechos sagrados e inalienables,
a fin de que todos los ciudadanos, pudiendo comparar en todo
momento los actos del gobierno con la finalidad de toda institución social, no
se dejen jamás oprimir y envilecer por la tiranía; a fin de que el pueblo tenga
siempre ante sus ojos las bases de su libertad y de su felicidad; el magistrado
la regla de sus deberes; el legislador el objeto de su misión.
En
consecuencia, proclama, en presencia del ser supremo, la siguiente declaración
de los derechos del hombre y del ciudadano:
La finalidad
de la sociedad es el bienestar común. El gobierno es instituido para garantizar
al hombre la vigencia de sus derechos naturales e imprescriptibles.
Estos derechos
son la igualdad, la libertad, la seguridad, la propiedad.
Todos los
hombres son iguales por naturaleza y ante la ley.
La ley es la
expresión libre y solemne de la voluntad general. (Convención Nacional, 27 de
junio de 1793).
[7] Todos los famosos generales del
Imperio provenían de la clase obrera. Antes del 89, sólo los nobles eran oficiales.
[8] He aquí, entre otras cosas, lo que
dice Fourier:
“He encontrado
en el curso de mis investigaciones sobre el régimen societario mucho más
raciocinio entre las mujeres que entre los hombres, ya que ellas me han dado en
muchas ocasiones ideas nuevas que me han valido soluciones a problemas muy
imprevistos. En muchas ocasiones, he debido a mujeres de la llamada clase espontánea (mente que capta
rápidamente y devuelve sus ideas con exactitud, sin intermediario) valiosas
soluciones a problemas que me habían torturado la mente. Los hombres nunca me
han brindado una ayuda de este tipo.
¿Por qué no se
encuentra en ellos esta aptitud para las ideas nuevas, exentas de prejuicios?
Es que ellos tienen la mente esclavizada, encadenada por las prevenciones filosóficas
que se les ha imbuido en las escuelas. Salen de ellas atiborrados de principios
contrarios a la naturaleza y ya no pueden considerar con independencia una idea
nueva. Por poco que discuerde con Platón y Séneca, se sublevan y anatomizan a
aquel que se atreve a contradecir al divino Platón, al divino Catón, al divino
Ratón.” (La Falsa industria, p. 256).
[9] Me enteré, por una persona que tomó
los exámenes para llevar una casa cuna que, por órdenes de arriba, los maestros
de este tipo de escuela debían dedicarse a desarrollar la inteligencia de los niños más que la de las niñas.
En general, todos los maestros de escuelas de pueblo actúan de la misma manera
con los niños que educan. Muchos me han confesado que se les ordenaba que así
hicieran. Es esto otra consecuencia lógica de la posición desigual que el
hombre y la mujer tienen en la sociedad. Al respecto, existe un dicho
proverbial: “¡Oh! Para una mujer, sabe más de lo suficiente”.
[10] Las mujeres del pueblo son muy
tiernas con los niños pequeños hasta que llegan a los dos o tres años de edad.
– Por su instinto de mujer, entienden que el niño, durante sus primeros dos
años, requiere de una atención continua. – Pero después de esta edad, los
brutalizan (salvo excepciones).
[11] Es de notar que en todos los
oficios ejercidos por los hombres, el jornal que se paga a la obrera es lamitad del que recibe el obrero
o, si trabaja a destajo, cobra la mitad menos. Al no poder imaginar una
injusticia tan flagrante, el primer pensamiento que nos asalta es éste – Por
sus fuerzas musculares, el hombre realiza sin duda el doble del trabajo de la
mujer. Pues bien, lectores, ocurre justamente lo contrario. En todos los
oficios que requieren destreza y agilidad en los dedos, las mujeres realizan
casi el doble del
trabajo de los hombres. Por ejemplo, en la imprenta, para componer (cometen muchos
errores, pero se debe a su falta de instrucción); en las hilanderías de
algodón, hilo o seda, para atar
los hilos; en una palabra, en todos los oficios que requieren de cierta
ligereza en las manos, las mujeres se destacan. – Un impresor me dijo un día
con una ingenuidad de lo más característica – “Les pagamos la mitad, es muy
justo ya que ellas van más rápido que los hombres; ganarían demasiado si les
pagáramos lo mismo.” – Sí, se les paga no por el trabajo que realizan, sino por
los pocos gastos que hacen, a consecuencia de las privaciones que se imponen. –
Obreros, ustedes no han vislumbrado las consecuencias desastrosas que
acarrearía para ustedes semejante injusticia cometida en detrimento de sus
madres, sus hermanas, sus mujeres, sus hijas. – ¿Qué es lo que ocurrió? Que los
industriales, viendo que las mujeres trabajan más rápido y a mitad de precio,
despiden cada día a los obreros de sus fábricas para sustituirlos con obreras.
También, el hombre se cruza de brazos y se muere de hambre en la calle. Así han
actuado los jefes de las fábricas en Inglaterra. – Una vez que se toma esta
vía, se despide a las mujeres para sustituirlas con niños de doce años. –
¡Ahorrándose la mitad del sueldo! Al final, sólo interesan los niños de siete u
ocho años. – Dejen pasar una injusticia, pueden estar seguros de que generará
miles más.
[12] ¿Por qué los obreros van a la taberna?
– Por egoísmo, las clases altas, las que gobiernan, se han quedado
completamente ciegas. – No entienden que su fortuna, su felicidad, su
seguridad dependen del mejoramiento material de la clase obrera. Abandonan al
obrero en la miseria, la ignorancia, pensando, según reza la antigua máxima,
que mientras más bruto sea
el pueblo, más fácil es amordazarlo.
Esto valía antes de la declaración de los derechos del hombre; desde entonces,
es cometer un craso anacronismo, una falta grave. Además, habría que ser al
menos consecuente: si se cree que es buena
y sabia política dejar la clase pobre en el estado de brutos, entonces ¿por qué censurar
sin cesar sus vicios? – Los ricos acusan a los obreros de perezosos,
libertinos, borrachos; y para sustentar sus acusaciones, exclaman: “Si los
obreros son miserables, es sólo por
su culpa. – Vayan a las barreras, entren a las tabernas, las encontrarán
repletas de obreros que están tomando y perdiendo el tiempo.” Yo creo que si
los obreros, en lugar de ir a la taberna, se reunieran entre siete (número que
permiten las leyes de septiembre) en una habitación para allí instruirse juntos sobre sus derechos y
pensar en los medios que se han de emplear para hacerlos valer legalmente,
los ricos estarían más descontentos que
al ver tabernas repletas.
En el actual
estado de cosas, la taberna es el TEMPLO del obrero; es el único lugar adonde
pueda ir. No cree en la iglesia, no entiende nada del teatro. He aquí porque
las tabernas siempre están llenas. – En París, las tres cuartas partes de los
obreros ni siquiera tienen domicilio, duermen en dormitorios comunes; y aquellos que conviven se alojan en
desvanes donde falta espacio y aire, por lo cual se ven obligados a salir si
quieren ejercer sus miembros y reavivar sus pulmones. – No quieren instruir al
pueblo, le prohíben que se reúna, por temor de que se instruya a si mismo, que
hable de política o de doctrinas sociales, no quieren que lea, que escriba, que
emplee el pensamiento, por temor de que se rebele. Pero ¿qué quieren que hagan?
Si le prohíben toda actividad mental, es obvio que el único recurso que le
queda es la taberna. ¡Pobres obreros! Agobiados por miserias, por penas
de toda índole, ya sea en su hogar o en la casa del dueño, o bien porque los
trabajos repugnantes y forzados a los que se les condena les irritan tanto el
sistema nervioso que a veces se vuelven como locos; en este estado, para
escapar del sufrimiento, no tienen más refugio que la taberna. Por eso van ahí
a tomar vino azul,
¡medicina execrable! pero que tiene la virtud de marear.
Ante
semejantes hechos, se encuentra en el mundo gente llamada virtuosa, llamada religiosa, que cómodamente
instalada en sus casas, toma con
cada comida y en
abundancia un buen vino de Burdeos, un vino añejo de Chablis o un
excelente champán – y ¡esta gente lanza largas peroratas morales contra la
borrachera, el libertinaje y los excesos de la clase obrera!
En el
transcurso de los estudios que he realizado sobre los obreros (desde hace diez
años que me dedico a ellos), nunca he visto a borrachos, ni a verdaderos libertinos entre los obreros que tienen hogares felices y viven con cierto desahogo. – Mientras
que entre aquellos que tienen hogares
infelices y viven hundidos
en la miseria extrema, conocí a unos borrachos incorregibles.
La taberna,
por lo tanto, no es la causa del
mal, sino simplemente el
efecto. – La causa del mal radica únicamente en la ignorancia, la
miseria, el embrutecimiento que aflige a la clase obrera. Instruyan al pueblo y
dentro de veinte años, los vendedores de vino azul que tienen tabernas por las
barreras cerrarán el negocio por falta de consumidores.
En Inglaterra,
donde la clase obrera es mucho más ignorante e infeliz que en Francia, los
obreros y las obreras llevan este vicio de la borrachera hasta la demencia
(Vean lo que dice Eug. Buret al respecto).
[13] En apoyo de lo que afirmo aquí
con relación a la brutalidad de las mujeres del pueblo y la excelencia de su
naturaleza, citaré un hecho que ocurrió en Burdeos en 1827, durante mi estadía
en esta ciudad.
Entre las
vendedoras de verduras que tienen su negocio al aire libre en la plaza del
mercado, había una que todas las criadas temían por lo insolente, lo malvada y
lo brutal que era. El marido de esa mujer era basurero y recogía la
basura en las calles de la ciudad. – Una noche, regresa a casa y la sopa no
estaba lista. – Estalla una pelea entre el marido y la mujer. De las injurias
el hombre quiere pasar a los golpes y le da una bofetada a su mujer. – Ella,
que se encontraba cortando las verduras de la sopa con un gran cuchillo de cocina,
exasperada por la cólera, se abalanzó sobre su marido con el cuchillo en mano y
le atravesó el corazón. Éste cayó muerto en el acto. La mujer fue llevada a la
cárcel.
Al ver a su
marido muerto, esta mujer tan brutal, tan mala sintió tanto dolor, tanto
arrepentimiento que, a pesar de su crimen, inspiró a todos no sólo compasión,
sino también respeto. – Fue fácil establecer que el marido la había
provocado, que el asesinato se había cometido en un momento de cólera, sin
premeditación alguna. – Era tal su dolor que se temía por su vida, y como
amamantaba a un niño de cuatro meses, el juez de instrucción, pensando
calmarla, le dijo que se podía tranquilizar, que sería absuelta. Pero para
sorpresa de todos los presentes, al oír estas palabras, la mujer exclamó: “¡Yo,
absuelta! Pero Señor Juez, ¿qué está diciendo? Si se absolviera a una miserable
como yo, ya no habría justicia en la tierra.” Se recurrió a todos los
razonamientos para darle a entender que no era una criminal, ya que no había tenido el pensamiento de cometer un
asesinato. – “¿Pero qué importa el pensamiento?”, repetía, “si hay en mi una
brutalidad que me lleva ora a lisiar a mis hijos ora a matar a mi marido. ¿No
seré un ser peligroso, incapaz de vivir dentro de la sociedad?” Al final, cuando
fue absuelta, esta mujer, bruta, sin la menor educación, tomó una resolución
digna de los hombres más fuertes de la República romana. – Declaró que quería
hacerse justicia a sí misma y que se iba a dejar morir de hambre. ¡Y con cuánta fuerza, cuanta
nobleza ejecutó esta terrible sentencia de muerte por si misma! Su madre, su
familia, sus siete hijos le suplicaron llorando que consintiera a vivir por
ellos. – Entregó su niño de pecho a su madre, diciendo: “Enseñe a mis hijos que
pueden felicitarse por haber perdido a semejante madre, ya que en un momento de
brutalidad, podría matarlos como he matado a su padre.” Los jueces, los
sacerdotes, las mujeres del mercado y muchas personas fueron a verla para
rogarla en su favor. Ella
fue inconmovible. Entonces, se intentó por otro medio, poniendo en su
habitación pasteles, frutas, productos lácteos, carnes, y hasta aves asadas que
se le llevaba bien caliente, para que el olor la incitara a comer. “Todo lo que
hacen es inútil,” repetía la mujer con mucha sangre fría y dignidad, “una mujer
que es tan brutal como para matar al padre de sus siete hijos debe morir, y
moriré.” Sufrió atroces torturas sin quejarse y al séptimo día falleció.
[14] La
Phalange del 11 de septiembre de 1842 dice lo siguiente acerca del
artículo muy relevante de La
Presse:
La Presse ha
tomado la sabia decisión de dejar de lado las vanas querellas en torno a la
pequeña sesión, al carácter de los votos de la encuesta y la ley de regencia, a
la conversión del Sr. Thiers, y se pone a estudiar las cuestiones que se
someterán a las diputaciones. Hoy en día muchos niños aún siguen sin tener
instrucción y 4,196 comunas no tienen escuela. Para quitar todo pretexto
a los padres, para triunfar sobre la despreocupación y la mala voluntad de
algunos ayuntamientos, el publicista de La Presse se propone suprimir la
retribución mensual pagada por los alumnos y que el establecimiento y
mantenimiento de todas las escuelas dejen de correr a cargo de las comunas, y
estén inscritas desde ahora en el presupuesto del Estado. Siempre hemos dicho
que la sociedad debe asegurar educación a todos sus miembros, y es del todo
deplorable que el gobierno de un país ilustrado no atienda él mismo, y de rigor,
a que la infancia esté rodeada de todos los cuidados necesarios para su
desarrollo. Citamos el final del artículo de La Presse. Las reflexiones de este
periódico acerca de la instrucción de las mujeres son justas y lo honran.
Hemos, en todo momento, protestado contra este odioso y estúpido abandono
de un sexo entero, del que
se hacía culpable nuestra sociedad llamada civilizada y realmente bárbara en muchos aspectos.
“Junto a esta
importante reforma, está otra, quizá más urgente, que las diputaciones también
deben recomendar a la administración y a las cámaras; estamos hablando de la
organización de las escuelas primarias para las niñas. ¿Acaso no es extraño que
un país como Francia, qui considera estar a la cabeza de la civilización, que
busca comprobarlo esparciendo en todas las clases de ciudadanos las luces de la
instrucción, que abre por todos lados escuelas par los niños y escuelas para
sus maestros, se olvide tan completamente de instruir a las mujeres, los
primeros maestros de la infancia? Este olvido no sólo es una injusticia, sino
una imprudencia, una falta. ¿Qué resulta en efecto de la ignorancia de la
mayoría de las madres de familia? Que, a los cinco años, cuando sus hijos
llegan a la escuela, llevan una multitud de malas disposiciones, creencias
absurdas, ideas falsas que han recibido desde pequeño, y al maestro le cuesta
más hacer que se olviden de ellas, destruirlas en su mente, que enseñarles a
leer. Entonces, a fin de cuentas, cuesta
más tiempo y más dinero consumar una injusticia y tener malos alumnos que dar instrucción a las mujeres y,
a la vez, hacer de ellas obreras
más hábiles, amas de casa más útiles y repetidores naturales y gratuitas de las
lecciones de la escuela.”
[15] Lean La Gazette des Tribunaux. Es
ahí, ante los hechos, donde se debe estudiar el estado de exasperación que hoy
en día manifiestan las mujeres.
[16] Acabo de demostrar que la ignorancia
de las mujeres del pueblo trae las más funestas consecuencias. Afirmo que
es imposible la emancipación de los obreros mientras las mujeres permanezcan en
este estado de embrutecimiento – Éstas detienen todo progreso. – En algunas
ocasiones, he sido testigo de
escenas violentas entre marido y mujer. – Muchas veces he sido víctima
recibiendo las más groseras injurias. – Esas pobres criaturas, sin ver más
allá de sus narices, como
se dice, se enfurecían con el marido, y conmigo, porque el obrero perdía algunas horas de su tiempo dedicándose a ideas políticas o sociales. “¿Qué
necesidad tienes de meterte en cosas que no son asunto tuyo?” gritaban, “piensa en ganar algo para comer y deja que
el mundo siga su curso.”
Es cruel
decirlo pero conozco a pobres obreros, hombres de corazón, inteligencia y buena
voluntad, que no desean otra cosa que dedicar su domingo y sus pequeños
ahorros al servicio de la causa,
y que, para tener tranquilidad en
la casa, ocultan a
su mujer y a su madre que me
vienen a ver o me
escriben. Esas mismas mujeres me execran, hablan horrores de mi, y, si no fuera por el temor a la cárcel, quizá se propasarían hasta el
extremo de llegar a mi casa a insultarme y golpearme, porque cometo el gran
crimen, según dicen ellas, de meter en la cabeza de sus hombres ideas que los
obligan a leer, escribir, hablar
entre ellos, tantas cosas inútiles que hacen perder el tiempo. – ¡Es
deplorable! – Sin embargo, he conocido a algunas que son capaces de entender
las cuestiones sociales y muestran dedicación.
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Extraido de https://ideasfem.wordpress.com/textos/c/c05/
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